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Por: Toribio Azuaje

“Nunca será tarde para buscar un mundo mejor y más nuevo, si en el empeño ponemos coraje y esperanza”. (Alfred Tennyson)

Petra; ya me voy, trataré de regresar temprano. Esa mañana el sol salió más luego de lo acostumbrado, como si por alguna razón, también estuviera apresurado. Petra, apenas alcanzó a darle el primer bolón a su marido cuya silueta se perdió en la espesura del camino que lo conduce al pueblo. Dionicio había despertado temprano para sacar las maletas de café que había arrumado ayer con la intención de salir a primera hora a venderlo en el pueblo, y comprar algunas cosas que faltan en la casa, antes que  la nochebuena les visite. No olvides los zapaticos de Julián, ese muchacho anda descalzo, alcanzó a gritarle Petra, cuidando de no ser imprudente. ¡Dios lo lleve con bien! Y lo santigua desde lejos. Dionicio, se despidió sin hacer mayores comentarios, perdido entre sus toscos pensamientos, al tener que soportar tanta precariedad que debe resolver con sus escasos granos de café.

Mientras tanto; Petra, se quedó escudriñando su vida entre los pensamientos que se cruzan en su cansada mente. Este año las hallacas serán mas escasas, si es que las  hacemos, porque a mitad de año tuvimos que vender el cochino, y este “flocho” que nos quedó, apenas dará unos litros de manteca, pero bueno, es lo que queda, -Al mal tiempo, buena cara-.

La cosecha no nos ayudó este año, y de ñapa los precios del café se vinieron a menos;  todas las vainas que hay que soportar para poder sobrevivir en estos campos. Se acabaron los tiempos en que salíamos a comprar los estrenos, los coroticos pal pesebre  y  los regalos del niño Dios.

¡De saber que esos muchachos ya casi no tienen que ponerse!. Los pensamientos se agolpan en la mente de Petra, mientras atiza las brazas del fogón para tostar la arepa. Montó rápidamente la olla de las arvejas, atizó el fogón, y se dispuso a  recoger unos granos de cacao que tiene secando en el patio.

Petra acostumbra hacer una ollada de bebida de cacao poco después de la cena, antes de acostarse a dormir luego de la reunión familiar que suele hacerse en el corredor que da al patio de la casa.

En estos campos, las mujeres son quienes más sufren en silencio, los rigores de tantas carencias y tan brutal precariedad.

Todos los años son iguales. Tan solo les alegra la vida  el retozar de los muchachos en el patio; allí, se reúnen por las tardes para jugar con las mariposas que se amontonan en los charquitos que quedan de la lluvia. Ya son pocas las mariposas que han sobrevivido, entre tanto veneno disperso en estos cafetales. La modernidad arrasa con todo, aunque Dionicio, se resiste a usar esos venenos que nos matan en silencio. Tal vez por esto, sus vecinos murmuran sobre sus métodos de producción apegado a los valores ancestrales que heredó de sus padres.

Dionicio y Petra, son una joven pareja campesina, que habitan estas tierras del café, y ven pasar los años entre labores diarias, en un campo preñado de esperanzas y de sueños. Viven ausentes de las vanidades de la ciudad y anclados a su mundo de precariedades persistentes.

Petra, con su sedosa cabellera negra azabache que le cubre la espalda, tiene sus tareas muy bien ordenadas para cumplirlas durante el día, que cada vez parecieran más cortos; en estos tiempos, es como si los días tuvieran menos horas de lo que conocemos como día. Así, los campesinos envejecen, viendo crecer sus hijos, y mirando sus cafetales que cada día les proporciona menos granos y mucho más trabajo.

La mujer campesina, es una heroína invisible, es quien sufre desde cerca el correr de las horas y minutos al frente de un hogar que se debate entre sobrevivir o dejarse arropar por la incertidumbre de las crisis que llegan por la acción de gobernantes indolentes, que afortunadamente ellos no conocen.

Cómo un celaje transcurre el día, que se disipa entre tantas tareas cumplidas hoy. Hacer el desayuno, recoger el cacao que tiene asoleando, remover el café en el patio mientras ruega a Dios que hoy no llueva para poder trillar más tarde. Casi que por gravedad, en un santiamén, el almuerzo está listo, arvejas con trozos de cambures  verdes y una garrafa de ají que siempre está disponible en la mesa, un trozo de cuajada y una arepa de maíz pelao.

Los muchachos ayudan a alimentar los animales, un “flocho” de marrano rogando que la nochebuena nunca llegue, y unas gallinas que se pierden a buscar grillos y lombrices entre los cafetales.

Petra, recoge del tendedero los montones de ropa que lavó en la quebrada. Se le escapa un suspiro y piensa en voz alta; Ojalá Dionicio llegue temprano del pueblo, los muchachos aguardan a ver qué les trae de regreso.