A las 18.50 de un 21 de enero, hace exactamente un siglo, murió Vladimir Ilich Uliánov, mundialmente conocido como Lenin, después de sufrir un derrame cerebral. Tenía 53 años –había nacido el 22 de abril de 1870 en Simbirsk- pero pasó sus últimos tiempos en silla de ruedas, por deterioro de su salud. La autopsia, a cargo de tres neurólogos (Vasili Kramer, Alexei Kozhevnikov y Viktor Osipov) se prolongó durante más de tres horas, un trámite inusual, hasta que firmaron el acta de defunción, detallando la “arterosclerosis” que sufría Lenin.
La noticia recién se difundió a la mañana siguiente, mientras que la crónica publicada por el New York Times el 23 indicó:
“A las 11.20 de la mañana, el Presidente Kalinin inauguró brevemente la sesión del Congreso Soviético Panruso y pidió a todos que se pusieran de pie. No había dormido en toda la noche y las lágrimas corrían por su rostro demacrado. Una repentina oleada de emoción recorrió al público, nadie sabía lo que había sucedido. Empezó a sonar la marcha fúnebre soviética, pero se acalló instantáneamente cuando Kalinin murmuró entrecortadamente: ‘Les traigo noticias terribles sobre nuestro querido camarada Vladimir Ilich´. En lo alto de la galería, una mujer lanzó un grito grave y aullante al que siguió un estallido de sollozos. ‘Ayer’, balbuceó Kalinin, «sufrió otro ataque de parálisis y…´. Hubo una larga pausa, como si el orador fuera incapaz de pronunciar la palabra fatal; luego, con un esfuerzo que sacudió todo su cuerpo, vino… «murió».
Pero Kalinin era una figura decorativa. El poder se resolvía entre los altos mandos del Partido Comunista. Stalin, que tenía como lugartenientes a Lev Kaménev y Grigori Zinóviev (a los que más adelante también liquidaría), enfrentaba a Trotski: lo mantuvo alejado y, luego, se ocupó de expulsarlo, perseguirlo y asesinarlo. Pocos meses más tarde, cuando el cadáver de Lenin ya se había convertido en objeto de culto –desde ese día y hasta nuestros días, se lo puede ver en el Mausoleo de la Plaza Roja- Stalin se consolidó en el puesto de Secretario General y desde allí, durante tres décadas, estableció su propio imperio de terror.
Uno de los puntos de debate, inclusive compartido por la misma historiografía soviética, es que Lenin habría advertido sobre las ambiciones absolutistas de Stalin y que intentó evitar que fuera su sucesor, pero ya sin fuerzas para impedirlo.
El destacado historiador británico Ian Kershaw, cuya obra más reciente (“Personalidad y poder”) se inicia justamente con una semblanza de Lenin, se refiere a las prevenciones de éste en su etapa final: “Los roces con Stalin se agudizaron. Y aunque criticó a todos cuantos aspiraban a relevarle en el poder, reservó para Stalin sus más fulminantes censuras. Advirtió que Stalin no tardaría en abusar del poder que iba concentrando en sus manos”.
El cadáver de Lenin fue momificado por el químico Boris Sbarski y a principios de la década del 90, cuando se desplomó la Unión Soviética y en casi todas las ciudades derribaban las estatuas de Lenin, aquel símbolo nunca se tocó. En nuestros días, bajo el régimen de Putin, mucho menos.
En medio de las purgas internas –aparentemente Nadezha Kruptskaia, la viuda de Lenin, se negaba a cualquier “sacralización” de la imagen del muerto- los líderes soviéticos de ese momento lo colocaron en un altar.
“Los escritos de Lenin”, dijo Robert Service, autor de una de las más importantes y recientes biografías, “adquirieron al mismo tiempo la condición de sagrada escritura; se otorgó a sus obras completas, cuya publicación estaba en marcha desde 1920, un significado político y cultural mayor que a cualquier otra publicación. Se creó en su honor un instituto del cerebro: se recogieron 30.000 muestras de su tejido cerebral para que se pudiera iniciar la investigación de los secretos de su gran talento”.
Algunos citan el atentado del 30 de agosto 1918, a cargo de la anarquista Fanny Kaplán, como el punto de partida para el deterioro de la salud de Lenin: uno de los tres disparos, a la salida de un mitin en la fábrica Michelson, le dio en el cuello y tuvo al líder soviético por varias semanas entre la vida y la muerte. La atacante fue ejecutada.
No obstante, Lenin siguió manejando los hilos que afianzaron la revolución bolchevique, en medio de la guerra civil y, enseguida, de la dura crisis económica. Desde mediados de 1921 tuvo que reducir su actividad al agravarse sus dolencias y se trasladó a una finca del poblado de Gorki desde donde, en un Rolls-Royce, equipado para atravesar la nieve, iba periódicamente a su despacho del Kremlin.
Pero el 25 de mayo de 1922 sufrió su primer ACV, que lo dejó sin habla durante varias semanas. En diciembre, un segundo ataque le paralizó la mitad derecha de su cuerpo. Apenas días antes, frente al Soviet de Moscú, había pronunciado el que sería su último discurso, referido a política exterior.
Desde entonces Lenin quedó recluido en Gorki, el primer poblado de la ex URSS al que le gestionó la instalación eléctrica. La finca donde pasó sus últimos años había pertenecido al magnate textil Sava Morozov quien, peleado con su familia, destinó su riqueza a la causa de “los desposeídos”. El tercer ACV del líder soviético se produjo en marzo en 1923 y desde ese momento, su actividad se fue extinguiendo.
Teorías conspirativas
Como tantos misterios que rodean al régimen soviético, las teorías conspirativas sobre Lenin estuvieron siempre a la orden del día, pero no hay ningún documento que refiera a una intervención directa de Stalin quien –de todos modos- fue el beneficiario de su muerte.
Entre panegíricos y detractores, hay centenares de biografías de Lenin y las más modernas, son las más rigurosas. Pero no pueden profundizar demasiado sobre las causas de su muerte; sí sobre su entorno y sus consecuencias políticas.
Una década atrás, exponiendo en Baltimore, el experto estadounidense Harry Vinters y el historiador ruso Lev Lurie volvieron a desalentar las posibilidades conspirativas (“la autopsia no reveló ningún resto de veneno”). A los especialistas, tanto en su momento como mucho después, les llamó la atención la seguidilla de ACV y la arterosclerosis cerebral que se llevaron puesto a Lenin, ya que –hasta entonces- se mostraba como un personaje sano y activo: no sufría hipertensión ni diabetes, no fumaba ni bebía, hacía ejercicio regularmente.
Kershaw discrepa en ese aspecto y señala que “toda su vida, Lenin tuvo mala salud. Padecía unos dolores de cabeza devastadores, además de insomnio y una tensión nerviosa que en ocasiones lo ponía al borde del desmoronamiento psíquico. También sufría molestas estomacales y extrema fatiga, que no tiene nada de sorprendente, dado su extenuante horario de trabajo”.
“Las pistas se encuentran en la historia familiar de Lenin -aseguró el doctor Vinters- Los tres hermanos que sobrevivieron más allá de los 20 años sufrían problemas cardiovasculares, y el padre de Lenin murió de una enfermedad que se describió como muy parecida a la del líder soviético”. Agregó que “Lenin podría haber heredado una tendencia a desarrollar un colesterol extremadamente alto, lo que provocó la obstrucción grave de sus vasos sanguíneos y el posterior derrame cerebral”.
Igualmente, su muerte produjo una conmoción mundial y medio millón de personas desafiaron la nieve y el gélido invierno moscovita: desfilaron entre el 23 y 26 de enero para darle el último adiós, en un ritual que se iba a repetir y multiplicar décadas después con el cadáver de Stalin.
Cuando éste murió, y poco después, en el famoso Congreso del PCUS se revelaron sus crímenes, el aparato soviético intentó recuperar una vez más la figura de Lenin. Desde aquel momento, el comunismo ortodoxo colocó a Lenin –filósofo, político, hombre de estado- en niveles míticos, señalando que “Stalin se había desviado” y lo atrapó “el culto a la personalidad”.
Pero la mayoría de los historiadores, revelan que el gen fanático, despiadado e inhumano era inherente a ambos, Lenin y Stalin. La obra de Richard Pipes (“La Revolución Rusa”), y desplegada en más de mil páginas, detalla la responsabilidad de Lenin en el armado de los servicios secretos –la siniestra Checa, a cargo de Felix Dzerzhinski- en la persecución y en la delación, en los funcionamientos y en la instauración de un régimen económico que condenaba al hambre y la muerte a millones de personas. En ese sentido, Stalin fue su fiel discípulo.
Lenin y la Revolución de 1917
Pero Pipes apunta al rol decisivo que tuvo Lenin como impulsor de la Revolución del 17: ““No es necesario creer que la historia la hacen los “grandes hombres” para reconocer la inmensa importancia que tuvo Lenin para la Revolución rusa y el régimen que surgió de ella. Lo cierto no solo es que el poder que acumuló le permitió ejercer una influencia decisiva sobre el curso de los acontecimientos, sino también que el régimen que estableció en octubre de 1917 fue, por decirlo así, una institucionalización de su personalidad.
El Partido Bolchevique fue una creación de Lenin: como su fundador, lo concibió a su propia imagen y superando todas las oposiciones de dentro y de fuera, lo mantuvo en el rumbo que había previsto. Ese mismo partido, al tomar el poder en octubre de 1917, no tardó en eliminar a todas las formaciones y organizaciones rivales para convertirse en la única fuente de autoridad política en Rusia. Así pues, la Rusia comunista fue desde el comienzo, y de un modo poco habitual, un reflejo de la mente y el espíritu de un hombre: la biografía de este y la historia de aquella están excepcionalmente vinculadas”.
Pipes también lo pinta como un fanático en sus convicciones: “Lenin, inevitablemente, trataba la política como una guerra. No necesitaba la sociología de Marx para militarizar la política. Consideraba que las discrepancias se resolvían de una única manera: mediante la aniquilación física del disidente”.
Lenin era hijo de un inspector escolar, un cargo con status en la época zarista, aunque tenía “ideales liberales”. Su madre, de apellido de soltera Blank, era de ascendencia alemana y la familia seguía los ritos de la iglesia ortodoxa.
Alexander, el hermano mayor de Lenin, fue arrestado en 1887 en San Petersburgo y acusado de intentar el asesinato del zar. Muchos creen que la ejecución de Alexander volcó al joven Vladimir Ilich Uliánov hacia los ideales extremistas, pero esa teoría quedó descartada últimamente. Su conversión al marxismo fue posterior, cuando estudiaba Derecho en la Universidad de Kazán.
“En contraste con los típicos revolucionarios rusos, como su difunto hermano, movidos por el idealismo, el impulso político dominante de Lenin nunca dejaría de ser el odio. Asentado sobre esta base emocional, su socialismo fue desde el principio fundamentalmente una doctrina de destrucción”, sostiene Pipes.
Pero, ciertamente y tal como lo definió otro notable historiador –de formación marxista- como Eric Hobsbawn “el 17 de Rusia originó el movimiento revolucionario de mayor alcance que haya conocido la historia moderna, aún en relación a la Revolución Francesa”.
Hobsbawn también señaló que “Las grandes revoluciones de masas que estallan desde abajo -y Rusia en 1917 fue probablemente el fenómeno más impresionante de toda la historia- son en cierto modo fenómenos naturales (…) en gran medida incontrolables. Aunque los objetivos de Lenin (…) no hacían al caso. No podía tener ninguna estrategia o perspectiva más allá de escoger, de día en día, entre las decisiones necesarias para la supervivencia inmediata y las que representaban el riego de un desastre inmediato”.
Tanto por su marco teórico –su influencia en el pensamiento socialista/comunista es la más decisiva desde la época de Karl Marx- como por su acción al frente del régimen –aún cuando no fuera tan decisivo en los años previos, que pasó mayormente exiliado o escondido- Lenin se puede considerar uno de los hombres más relevantes del siglo pasado.
A un nivel casi religioso, comunistas ortodoxos en todo el mundo lo definieron desde aquel momento como “jefe y educador del proletariado mundial, vivirá eternamente en el corazón de la humanidad”.
Los tenebrosos servicios secretos
Pero, por otra parte, fue también el hombre que creó los tenebrosos servicios secretos (la Checa, luego convertida en NKVD) y los primeros campos de concentración, los Gulags que consumieron la vida de millones de personas.
Fue un historiador ruso, Dmitri Volkogónov en su biografía “El verdadero Lenin” de 1996 quien detalló las órdenes de Lenin para el terror: “No sólo inspiró el terror revolucionario, sino que fue el primero en erigirlo en institución del Estado”.
Hace exactamente 100 años, apenas se conoció la muerte de Lenin, Stalin no demoró ni un instante para avanzar. Ya aquella crónica que citábamos en The New York Times apuntó que “el diario Pravda publica un furioso ataque contra Trotsky otros ‘insurgentes’ (…) Aparentemente enfermo, Trotsky se marchó…”.
El legado
Pese a no haber ocupado el poder sino por un período muy breve, desde la Revolución hasta su declinación física, Lenin dejó un profundo legado, tanto en Rusia como en el resto del mundo. Y el comunismo se convirtió en una fuerza política de importancia decisiva en muchos países.
“En la Unión Soviética –afirma Ian Kershaw- los elementos esenciales del sistema de gobierno que Lenin estableció, permanecieron intactos hasta el desplome de la URSS, más de siete décadas después”.
El mismo historiador concluye que “La revolución rusa fue un acontecimiento trascendental del siglo XX. Y en esa crucial coyuntura histórica, el papel que desempeñó personalmente Lenin fue determinante. Se vio arrastrado por las corrientes revolucionarias de su época. Sin el liderazgo de Lenin es imposible imaginar que los cambios que generó la revolución, tanto en Rusia como en Europa, se produjeron tal y como finalmente ocurrieron. Lenin supo aprovechar la oportunidad de su tiempo, pero nunca perdió de vista los claros objetivos ideológicos de una transformación revolucionaria (…) Lenin tuvo en la historia un impacto muy superior al de cualquier otro individuo de su época, fue uno de los más relevantes artífices de la Europa del siglo XX”.