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  ESTE VIERNES 26 de abril estuve en Caracas y allí sentí dentro de mí ser algo muy especial, algo difícil de describir. Emoción infinitiva, deseos de llorar, alegría muy pocas veces sentida, vinieron a mi mente recuerdos difíciles de olvidar, el recuerdo de mis padres y mis hermanos fallecidos, mi niñez, mi adolescencia.

  ERA EL REENCUENTRO de los integrantes de la Primera Promoción de Licenciados en Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela, Cincuenta años han pasado de aquel hecho histórico. Si, histórico. Quizás para algunos no sea así, pero para quienes formamos parte de esa historia es algo muy grande.

   ES INDESCRIPTIBLE lo que allí vivimos. Reencontrarnos con compañeros y compañeras de estudios que no veíamos desde hace cincuenta años. Llegar a las sede del Colegio Nacional de Periodistas en Caracas y  estar de frente con ellos. 

   ALGUNOS DE ELLOS Y ELLAS nos reconocimos de inmediato, pues en mi caso particular estoy igualito. Indescriptible ese momento al abrazarnos y querer contarnos de una vez toda nuestra vida. Preguntarnos entre si por tal o cual antiguo compañero de estudios. El abrazo era más fuerte cuando no nos reconocíamos y nos identificábamos. Indescriptible, realmente indescriptible el momento en que nos poníamos a recordar nuestras anécdotas en las aulas de la escuela de aquella universidad “que vence las sombras” y fuera de ellas.

   COMO NO EMOCIONARNOS cuando me encontré de frente con Ibelis Crespo, la más hermosa de la clase, y de inmediato me dio una amistosa cachetada con sus dos manos y me dijo: “Mi querido Guanarito”, o cuando María Teresa Corrales se levantó a recibir su Botón de Reconocimiento y desde mi asiento grité a todo pulmón: “Esa se copiaba de mi en los exámenes”, dejándose escuchar sonoras carcajadas.

  MUCHAS RESPUESTAS obtuvimos  de las preguntas que todos hacíamos por tal o cual compañero ausentes. Varios no pudieron asistir por la crisis que nos agobia a todos, otros se encuentran desde hace años en el exterior, algunos no pudieron ser contactados, pero lo que sin lugar a dudas resquebrajó nuestros corazones fue cuando preguntamos por tal o cual compañero de estudios y recibíamos la noticia de que ¡Habían muerto! No bastó el minuto de silencio que hicimos en la misa para ellos y para el padrino de nuestra promoción, profesor Jesús Rosas Marcano. Sus vivencias en nuestra vida universitaria llegaron a nuestras mentes como su fuese ayer.

   EN VERDAD NO SE EN QUE PENSE, o quizás no pensé en nada, cuando las profesoras, tal vez las únicas sobrevivientes de la época, Elizabeth Saffar y Gloria Cuenca (esta última Oradora de Orden en el acto) me colocaban el Botón de reconocimiento. Emoción indescriptible.

    EN ESE MOMENTO vinieron a mi mente mis fallecidos padres, mis hermanos, mi esposa Reinelda que por razones de salud no estuvo presente, mis hijas y mis nietos, mis amigos, por lo cual no me sentí solo, pero además estaban allí conmigo mi hermana Lucila y mi sobrina Aura Elena García Parra, también periodista y residente en Caracas, a quien le agradeceré eternamente el haber utilizado las herramientas de la tecnología para tomar las fotos y grabar los videos, que de inmediato se hicieron virales en las redes, especialmente en mi familia, y que permitió que haya recibido casi al mismo momento de producirse este acontecimiento decenas de mensajes de felicitación desde los más diversos rincones del país e incluso del exterior. ¡Gracias Dios mío por tanta felicidad!

    QUISIERA ESCRIBIR ALGO sobre cada uno de los 22 compañeros y compañeras allí presentes en este histórico viernes 26 de abril del 2024, pero el espacio no me lo permite, aunque creo necesario y justo hacer un reconocimiento muy especial al equipo que lideraron Luis Manuel Escalante y Felicita Blanco, que “con las uñas”, durante varios meses se dedicaron a organizar este reencuentro, recibiendo la bendición de Dios, que los premió con el rotundo éxito del acto.

    NO SE SI DIOS me de la dicha de volver a ver a este selecto e inolvidable grupo de compañeros y compañeras de promoción, pero quiero que sepan que sea como sea, siempre los tendré en mi corazón, y cuando me llegue la hora de partir de este mundo, recordaré estos instantes vividos junto a ustedes, podré morir en paz y repetir, levantando mi mirada al Cielo: ¡Gracias Dios mío, por tanta felicidad y dicha!