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Juan Ramón Guzmán

Días atrás vi por primera vez de cerca al general Romeo Vásquez Velásquez. Tomaba su desayuno a escasas mesas en el mismo lugar donde yo tomaba el mío. Lo identifiqué de inmediato. Cercano a los 70 años de edad luce muy bien enfundado en su menuda figura. Tuve el tiempo suficiente de observarlo y analizarlo, desde la intimidad que me dan mis principios, como la de respetar el espacio del otro, así sea un canalla. Pude haberlo fotografiado y no lo hice. Es un asunto de honor. Los revolucionarios no propiciamos escraches, justo por éste y muchos otros detalles más es que nos diferenciamos de los fascistas (incluso, pude haberle pedido una fotografía, y sediento de escenario como él andaba, gentilmente hubiera accedido, aunque jamás me habría echado esa raya, debo confesarlo).

Vestido de civil pasa por desapercibido como cualquier paisano. Quien lo vea, pensaría, que es un hombre maduro que envejece sus días tranquilo. Un abuelo más que espera a un nieto para desayunar. Pero no. Sobre este hombre pesa un pasado de dolor, muerte y traición. Olvidado, hoy, entre la mansedumbre de una gente que desayuna, sin percibir que existe y que está allí, hace apenas quince años, fue uno de los artífices de una conjura que sumergió a Honduras en un retroceso del que a duras penas todavía se levanta.

El general es un alma en pena que vaga, de la que casi nadie se da cuenta. Tiene un hambre de reconocimiento público. Antes de empezar a comer, tuvo la cortesía de saludar y de dirigirse a algunas mesas a su alrededor, incluida la mía, recibiendo en cada una el gesto amable y recíproco de quien se topa con un desconocido, y lo saluda, y ya. Nada más. Regresó a su mesa, con una sonrisa, que, estampada en su cara, era más que una mueca.

Esto me llevó a pensar profundo… y a dolerme hondo. No, no es el silencio del repudio lo que recibió el general. No. Es más fuerte aún. Es el desdén del desconocimiento y de la no recordación. El proyecto fascista universal basa su hegemonía y vocación de poder en la memoria corta de los pueblos. Saben perfecto los fascistas que un episodio se borra fácilmente del imaginario popular con otro episodio, aunque en este caso en específico del general le haya jugado una mala pasada, al ser triturado en igual forma, por esa misma cortedad de la memoria histórica en la que todo el mundo está inmerso.

Viéndolo de lo más distendido comer, sabiéndose estar en un gobierno de libertades plenas y en el que no le va a ocurrir absolutamente nada, no hice más que remontarme a aquel fatídico domingo 28 de junio de 2009, y los nombres de Isy Obed Murillo, de Pedro Magdiel, de Wendy Elizabeth Ávila y de muchos otros nombres más, de personas pobres y campesinas que murieron gracias a su miserable aventura de aquel día y de sus días subsiguientes, llegaron a mi mente de inmediato. Así como me llegan siempre para nunca olvidárseme, los nombres de Orlando Figuera, aquel muchacho negro quemado vivo, de Rosiris Reyes, la joven madre de La Limonera, que fue asesinada a los pies de su pequeña hija, y los de cientos de víctimas del pueblo, que, en mi país, Venezuela, ha ocasionado el fascismo en su irresponsable y loca lucha por llegar al poder. Los nombres de los pobres son los primeros olvidados en la frágil memoria episódica de sus propios pueblos. Lo he comprobado una y otra vez. Por eso, los fascistas, aquí y allá, andan plácidos e impunes.

Otra cosa que comprobé es, que si Manuel Zelaya y los núcleos duros y patria o muerte del Partido LIBRE, no recordaran permanentemente con dolor a sus muertos y a aquel funesto golpe de Estado, que aquel 28 de junio destruyó a la institucionalidad del país, esos hechos subyacieran en el más íngrimo de los olvidos. Pareciera que fuesen ellos los únicos dolientes, y no todo el país completo. Pareciera. Ojalá me equivoque…

Ese día que lo vi, el general Romeo Vásquez Velásquez desayunó solo. Como yo también desayuné ese día, solo. Estuvimos iguales. Con la salvedad de que a ambos nos divide una pequeña diferencia sociológica: sobre él y su conciencia pesan muertos y el acribillamiento de la democracia en su país; en cambio, en mí y en mi conciencia, lo que se cierne es una enorme sed de justicia. ¿Se dieron cuenta que son dos soledades distintas?

Juan Ramón Guzmán
Tegucigalpa, 23 de mayo de 2024 – 6:17 a.m. (hora de Honduras).