Por José Luis Centeno S. (@jolcesal)
La política venezolana simula un teatro donde actores interpretan roles.
Erving Goffman, sociólogo canadiense de principios del siglo XX, en su obra “La presentación de la persona en la vida cotidiana”, plantea que la vida social se asemeja a una actuación teatral, donde los individuos interpretan diversos roles según el contexto y la audiencia presente. Goffman vio una conexión entre los actos o las máscaras que se pone la gente en su vida cotidiana y las obras teatrales.
Esa perspectiva ha influido en varios autores contemporáneos que también exploran la idea de que las interacciones sociales son representaciones en un escenario, adaptándose a los roles que se espera que desempeñen, v.gr.: George Herbert Mead, Herbert Blumer, Judith Butler y Victor Turner, son pensadores de lo que se conoce como interaccionismo simbólico, del cual Goffman es figura central.
La teoría de Erving Goffman ofrece un marco interesante para analizar la realidad política venezolana actual. En este contexto, figuras como Nicolás Maduro, Diosdado Cabello, Jorge Rodríguez y Delcy Rodríguez del régimen, así como María Corina Machado y Edmundo González Urrutia de la oposición, pueden ser vistos como actores en un escenario donde cada uno desempeña un papel cuidadosamente diseñado para influir en su audiencia.
La cúpula del régimen ha adoptado roles para mantener una imagen de control y legitimidad ante sus seguidores y la comunidad internacional. Maduro, por ejemplo, se presenta como el “defensor de la soberanía nacional”, utiliza un discurso populista que apela a la identidad nacional y a la resistencia frente al “imperialismo”. Su actuación está diseñada para generar una conexión emocional con su base, al tiempo que se enfrenta a las críticas externas. Los resultados, no serían los esperados.
Diosdado Cabello, como figura clave del PSUV, actúa como el “fuerte” del régimen, así consolidaría su imagen de poder y autoridad. Su retórica agresiva y sus apariciones públicas son cuidadosamente orquestadas para proyectar una imagen de invulnerabilidad. Jorge y Delcy Rodríguez complementan esta actuación con roles que enfatizan la comunicación y la diplomacia del gobierno, utilizan discursos que intentan suavizar la percepción negativa del régimen en el ámbito internacional. Con magros resultados.
Lo antes expuesto, reafirma la idea de que los líderes políticos no solo actúan en función de sus creencias y principios, sino que también desempeñan papeles diseñados para influir en la percepción pública y mantener el poder.
Por otro lado, María Corina Machado y Edmundo González Urrutia representan una oposición que descuella en su actuación política. Machado ha cultivado una imagen de líder firme y decidida, eso sí, cercana a la gente, apelando a un discurso que resuena con el deseo de cambio entre los venezolanos. Su papel es el de una “heroína” que lucha contra un sistema opresor, buscando movilizar a las masas hacia una nueva visión para el país y lo ha logrado.
Edmundo González Urrutia, aunque menos conocido, también actúa en este escenario político al presentar propuestas que conectaron con los ciudadanos descontentos y, al día de hoy, en su exilio forzoso, asumiendo el desafío de consolidarse en la comunidad internacional como el presidente electo de Venezuela, en su camino hacia la transición. Su papel, salvo mejor criterio, se centra en ofrecer alternativas viables al modelo actual, con una narrativa de esperanza y renovación.
La interacción entre estos actores puede entenderse a través de los conceptos de Goffman sobre “escena” y “bastidores”. En público, cada uno de ellos presenta su mejor versión: los del régimen intentan mostrar unidad y fortaleza ante adversidades in crescendo, mientras que los opositores transmiten determinación y credibilidad. Sin embargo, detrás de estas actuaciones hay dinámicas complejas donde las estrategias políticas se negocian y se ensayan.
La manipulación de la percepción, clave en este teatro político, salta a la vista entre nosotros. Goffman señala que todos estamos interesados en cómo nos perciben los demás; esto es especialmente relevante en nuestro contexto, donde las narrativas son moldeadas para favorecer ciertos intereses.
Es así, porque la construcción de identidades políticas está influenciada por las expectativas sociales y las realidades contextuales. Por ende, tanto el oficialismo como la oposición deben navegar cuidadosamente entre sus discursos públicos y sus realidades privadas, máxime cuando estas últimas quedan expuestas al escarnio público.
De tal manera que los actores políticos no solo representan sus ideologías; también interpretan papeles diseñados para resonar en sus audiencias específicas. En este gran teatro político, cada actor debe equilibrar su presentación pública con las dinámicas más profundas que operan tras bambalinas. En suma, esta dramaturgia social revela no solo cómo se construyen las identidades políticas en Venezuela, sino también cómo estas representaciones afectan la percepción pública y las posibilidades de cambio en el país.