Por José Luis Centeno S. (@jolcesal)
En el Cuyuní, naturaleza, festejos, lluvia sin nubes y esperanzas que renacen en Venezuela.
A las seis de la mañana del viernes 3 de enero, comenzamos a remontar el Río Cuyuní. Navegamos serpenteando por los caños que se ramifican a lo largo de su recorrido, avanzando a través de un intrincado sistema de vías fluviales, gracias a la destreza del baquiano al mando de nuestra embarcación.
Cinco horas río arriba, bajo un cielo claro y radiante, desde la margen derecha, una curiara con niños al frente salió a nuestro encuentro. Era Chicho Facundo, un primo que nos esperaba en el asentamiento minero donde vive. El júbilo por el nuevo año se percibía arrollador. El eco de melodías y cantos, junto con la estela de aromas, impregnaban el ambiente.
Allí, un afluente de aguas cristalinas atenúa el marrón de las aguas del Cuyuní, aumentando su caudal y, al mismo tiempo, el encanto del lugar. Una niña, cual hábil navegante, dirigió nuestro desembarque, mientras su hermanito achicaba la canoa. Ya en la orilla, apreciamos algunas casas con estructuras más sólidas y duraderas.
Desde el caserío, fuimos a un campamento, igualmente animado por la llegada del 2025. No sólo estaban festejando, también, aunque en número menor, habían comenzado a trabajar en un “barranco”. Una gran parrillada era el centro de atención, abundante en cacería, incluía hasta paují o pava de monte.
Las cocineras eran las homenajeadas en el Día del Santísimo Nombre de Jesús. “Tienes que cocinar muy, pero muy bien, para optar a un cargo como cocinera de cilindro, molino, cielo abierto o cualquier barranco. Sin una cocinera, no se trabaja. No cualquiera es cocinera por aquí”, comentó una fémina de rostro enjuto y marcado por arrugas tempranas.
En plena celebración, llegaron con una danta, también conocida como tapir en varias regiones de América Latina y Asia. La prepararon para la parrilla, adobada con una mezcla de hierbas y especias para realzar su sabor. La sirvieron con “auyama sancochada en agua de orégano”, en un convite que se prolongó más allá de la media noche.
Después de almorzar fuimos a refrescarnos en las frías aguas del afluente. En nuestro camino, vimos un matajey, es decir, un avispero enorme. Decidimos evitarlo sin hacer ruido. Encontramos una piñuela, que es una bromelia, de hojas con espinas agrupadas en forma de roseta, flores de color rosado y produce un fruto comestible, que es dulce y se asemeja al sabor de la piña, que tuvimos la oportunidad de degustar.
Bajo un cielo despejado y el sol brillante, nos sorprendió un torrencial aguacero. Estas lluvias sin nubosidad visible son comunes en la zona. Fenómeno conocido como “lluvia de sol” o “lluvia clara”, y se produce, entre otras causas, por condensación de la humedad característica de las selvas húmedas o tropicales como la que visitamos.
Así como en la selva aprendimos que la lluvia puede caer sin nubes oscuras a la vista, en Venezuela también podemos experimentar cambios significativos y positivos en nuestra realidad, incluso cuando no parecen evidentes a simple vista, pues los cambios pueden surgir de maneras inesperadas, por eso es fundamental mantener la esperanza y la resiliencia ante las adversidades.