Este 4 de febrero se conmemoran 33 años del primer intento de golpe de Estado en contra del expresidente Carlos Andrés Pérez, una decisión que fue trascendental en la historia de Venezuela.
El 4 de febrero de 1992 el nombre del entonces teniente coronel Hugo Chávez se hizo familiar para los venezolanos. Al frente de 2.000 soldados lideró un golpe de Estado que fracasó, pero que le sirvió para, siete años más tarde, llegar a la Presidencia de Venezuela con una idea fija en su mente: «cambiarlo todo».
Lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados en la ciudad capital», dijo tras su fracaso un Chávez delgado, cariacontecido y todavía tocado con su boina roja de paracaidista.
Frente a los principales micrófonos del país, se reconoció como un militar fallido, pero comenzó a construir su mito político. Los venezolanos, muchos de los cuales le veían por primera vez, le escucharon prometer que vendrían «nuevas situaciones» que iban a permitir «al país enrumbarse hacia un destino mejor».
El golpe de Chávez, que los oficialistas califican apenas de «rebelión cívico-militar», no solo estuvo dirigido contra un presidente electo en las urnas, sino también con lo que, en ese momento, parecía el sino de los tiempos.
Ese golpe del 4 de febrero ha quedado en el imaginario de los chavistas. Se identifican poniéndose un brazalete con la bandera de Venezuela, así como hicieron los golpistas para distinguirse de los leales al Gobierno legítimo, reducen la jornada a una «rebelión» o ahora, tras su muerte, proclaman que viven «el 4F por ahora y para siempre». El golpe de Estado les formó e identificó y de su memoria siguen viviendo.