El papa Francisco murió este lunes a las 7.35 hora italiana en su residencia de la Casa Santa Marta. Así lo anunció esta mañana en un video el camarlengo, cardenal Kevin Joseph Farrel. «Con profundo dolor tengo que anunciar que el papa Francisco ha muerto a las 7.35 horas de hoy, el obispo de Roma ha vuelto a la casa del padre, su vida entera ha estado dedicada servicio del Señor y de su Iglesia y nos ha enseñado el valor del evangelio con fidelidad, valor y amor universal y en manera particular a favor de los más pobres y marginados», dijo al revelar la muerte del papa argentino.
«A las 7:35 de esta mañana, el obispo de Roma, Francisco, regresó a la casa del Padre. Toda su vida estuvo dedicada al servicio del Señor y de su Iglesia», anunció el cardenal Kevin Ferrell, camarlengo del Vaticano, en un comunicado.
La sorpresa fue enorme aquel 13 de marzo de 2013. Es que los cardenales no sólo habían elegido a uno de sus pares que no figuraba entre los candidatos que se barajaban. Un total desconocido para muchos. Si no, y sobre todo, porque por primera vez optaron por alguien proveniente de América Latina y jesuita. El argentino Jorge Mario Bergoglio. Demasiada novedad. Y, por si semejante novedad no fuera suficiente, el nuevo pontífice se animaba a tomar el nombre del poverello de Asís: Francisco, el santo que ocho siglos antes había buscado sanear a una Iglesia demasiado apegada a la riqueza y al poder y volverla al espíritu evangélico. Fue toda una señal del progresivo golpe de timón que daría en una institución dos veces milenaria hacia una actitud más abierta, comprensiva y despojada, un giro que suscitó tantas entusiastas aprobaciones como persistentes resistencias.
El pontificado de Francisco había nacido, además, con un hecho sin un precedente cercano: la histórica renuncia de un Papa después de siete siglos, Benedicto XVI, circunstancia que, dicho sea de paso, allanó la elección al trono de Pedro del cardenal Bergoglio y evitó que quedara fuera de carrera por edad, ya que tenía 76 años. Además, suscitó la convivencia durante casi una década de un Papa retirado (emérito) y otro en funciones, pero que terminó siendo satisfactoria. Es que Benedicto XVI fue respetuoso de su sucesor y resistió las presiones de conspicuos conservadores para que le pusiera un freno a sus medidas renovadoras, mientras que Francisco se esforzó por no disgustar en exceso a su predecesor. Esto significó que Jorge Bergoglio fuese más despacio con las reformas, lo cual le ahorró tensiones con los tradicionalistas, pero aumentó la ansiedad de los progresistas.
Las primeras señales del cambio de rumbo que le imprimiría Francisco a la Iglesia empezaron el mismo día de la elección. Cuando lo revestían de blanco para luego aparecer desde el balcón de la basílica de San Pedro rechazó ponerse los zapatos rojos y la muleta (una capa también roja que llega hasta los hombros). Con el paso de los días se conocería que había rechazado vivir en los aposentos papales, pero no porque consideraban que eran lujosos, sino porque creía que quedaría muy aislado. “Es una cuestión psiquiátrica”, dijo. Optó por la residencia Santa Marta, el hotel del Vaticano, donde se alojan los clérigos, siempre muy concurrida y con un amplio comedor. Rechazó una limusina y eligió un auto sencillo. Por si quedaban dudas, a presentarse ante los periodistas luciendo sus zapatos negros exclamó: “Cómo anhelo una Iglesia pobre para los pobres”.
La coyuntura provocaría desde el vamos que no solo enfocara su preocupación social en los pobres, sino que incluyera en su atención preferente, en la lista de los que él denominaba los “descartados”, a los refugiados. Era un fenómeno al comienzo de su pontificado que no paraba de crecer, especialmente los protagonizados por ciudadanos de países africanos. Llegaría a decir que el Mar Mediterráneo se había convertido en “un cementerio a cielo abierto” por los naufragios de precarias embarcaciones con refugiados y las miles y miles de víctimas. Por eso, su primer viaje fue a la isla de Lampedusa, uno de los principales lugares de llegada. Luego vendrían otras incursiones más como a la isla griega de Lesbos y su decisión de llevar en el avión refugiados a Roma. Quería que la desarrollada Europa no fuese indiferente ante semejante drama.
Su primer viaje internacional fue a cuatro meses de ser elegido Brasil. Allí se dio uno de los primeros grandes baños de multitud al presidir una nueva edición de la Jornada Mundial de la Juventud en el espectacular marco de Río de Janeiro. En el vuelo de regreso a Roma, durante la habitual rueda de prensa que brinda un pontífice tras su visita a un país, la última pregunta daría lugar a una respuesta que un gran impacto: “Si una persona es gay, busca a Dios y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla?”. Aunque su afirmación se basaba en la última versión del catecismo de la Iglesia católica, que data de 1992, fue vista como una muestra de apertura y puesta al día de la Iglesia que empezaba a arrinconar a las actitudes homofóbicas de miembros de la Iglesia, pero al mismo tiempo podía en guardia a los sectores más observadores.En julio de 2013 el papa Francisco visitó, Río de Janeiro, Brasil, durante Jornada Mundial de la Juventud (JMJ). Fuente: EFE
En rigor, Francisco no la tendría fácil no solo en actitud abierta hacia los homosexuales. Enfrentó una dura oposición a su decisión de permitir que los católicos separados en nueva unión pudiesen comulgar (recibir la hostia consagrada) tras un período de discernimiento con la autoridad eclesiástica. Decisión que tomó tras una amplia consulta mundial sobre la familia y dos sínodos de obispos que mayoritariamente votaron por esa posibilidad. En cambio, no pudo avanzar con el recurso de que hombres mayores casados de probada fe pudieran acceder al sacerdocio en zonas de gran escasez de ministros religiosos porque los más conservadores consideraban que era un paso hacia el celibato optativo. Tampoco en el diaconado femenino, el escalón previo al sacerdocio femenino.
No fue el único frente interno complicado. Junto con una revitalización del anuncio del mensaje religioso a nivel mundial, muy alicaído en aquel momento, los cardenales habían acordado durante los debates previos a la elección del Papa que el sucesor de Benedicto XVI debía avanzar decididamente en el combate a los abusos sexuales cometidos por miembros del clero y la transparencia de las finanzas vaticanas. Desde que el diario The Boston Globe, en 2002, había revelado los numerosos casos de abusos clericales y el ocultamiento por parte de la Iglesia en la arquidiócesis de Boston, los escándalos no pararon de sucederse en muchos países. Más antiguos, eran los escándalos económicos, sobre todo con el banco vaticano que parecía ser un paraíso fiscal de la mafia italiana.El papa Francisco junto al emérito Benedicto XVI al abrir la puerta santa del Vaticano en el jubileo del 2015. Fuente: AFP.
A pesar del escepticismo inicial de muchos observadores vaticanos sobre la real posibilidad de que pudiera avanzar en ambos frentes -además de cambiar la mentalidad cortesana de la curia romana-, una mirada en perspectiva permite ver la cantidad de acciones que llevó adelante para afrontar esos flagelos. Las normas contra los abusos que había comenzado con decisión Benedicto XVI fueron profundizadas por Francisco. Convocó incluso a una asamblea mundial de obispos, expertos y víctimas en el Vaticano. También envió a juicio a funcionarios vaticanos del área económica -hasta a un cardenal en un hecho sin precedentes- y abrió las finanzas a controles externos. Moneyval, la agencia que combate el lavado en el Consejo de Europa, terminó elogiando al banco vaticano.
Sus críticas por la extendida pobreza -más allá de su reducción en las últimas décadas a nivel planetario- y, en particular, por una desigualdad, que no dejó de crecer, le trajeron también no pocas críticas, más allá del mundo católico. A pesar de que afirmaba que no estaba en contra del capitalismo, sino de una “economía social de mercado”, tal como lo estaba -recordaba- Juan Pablo II, y seguía la Doctrina Social de la Iglesia, los referentes más liberales eran impiadosos con él. Para colmo, Francisco no ocultaba su preocupación por el peso de las finanzas especulativas sobre la producción. El hecho de haberse convertido en el primer pontífice en redactar una encíclica social sobre el medio ambiente también le granjeó la antipatía de sectores carboníferos.
Aunque los católicos alemanes más progresistas eran un problema para el Papa con demandas tales como el fin del celibato sacerdotal y el acceso de las mujeres al sacerdocio, el frente conservador norteamericano era el más complicado. Allí convergían un catolicismo ortodoxo -que entre otras cosas le objetaba al Papa haber frenado que se le impidiera al católico presidente Joe Biden comulgar por apoyar el aborto- con una derecha política que veía a Jorge Bergoglio como un comunista infiltrado en la Iglesia. El estratega de la campaña que depositó por primera vez a Donald Trump en la Casa Blanca, Steve Bannon, formó un movimiento soberanista con sede a 130 kilómetros del Vaticano porque consideraba a Francisco como uno de los principales enemigos.
No todo fue amargura en la relación de Francisco con los Estados Unidos. Tuvo una óptima relación con el entonces presidente Barak Obama y, junto con su par de Cuba. Raúl Castro, el pontífice promovió secretamente durante meses la reanudación de relaciones diplomáticas entre Washington y La Habana. Tras visitar Cuba, se convirtió en el primer pontífice en hablar en el Capitolio, siendo aclamado. En cambio, sus críticas a Trump por su decisión de extender el muro en la frontera con México sellaron la distancia entre ambos en la primera presidencia del republicano. Y en su segundo mandato, se profundizó por disponer la deportación masiva de migrantes, “relacionando erróneamente migración ilegal con criminalidad”, según las palabras del propio Francisco.En 2014, el Papa recibió al entonces presidente estadounidense Barack Obama en el Vaticano. Fuente: AP.
La pandemia de covid 19 transformó a Francisco en una de las voces más potentes del mundo pidiendo que una experiencia tan traumática generara un cambio. Quedó grabada en la memoria de muchos aquella imagen de él orando por el fin de aquella tragedia en una Plaza de San Pedro vacía y oscura. “De una crisis no se dale igual, se sale mejor o peor”, solía decir en aquel tiempo. A la vez que advertía que tampoco “nadie se salva sólo”. Pedía, en fin, que los países más desarrollados compartieran las vacunas y sus correspondientes patentes con las naciones menos desarrolladas. Clamaba por los ancianos que morían en soledad y reivindicaba al personal sanitario y a los ministros religiosos que arriesgaban su vida.La plaza de San Pedro cerrada durante la restricción por la por la pandemia durante el rezo del Ángelus en 2021. Fuente: EFE
Pero ni la pobreza, ni los refugiados, las nuevas formas de esclavitud, el deterioro del medio ambiente y la pandemia era los únicos dramas mundiales que afrontaba. Desde el comienzo de su pontificado advertía acerca de que el mundo vivía una “tercera guerra mundial de a pedacitos”. Y desplegó intensas gestiones ante varios conflictos. En los primeros meses de su papado le escribió a los líderes del G-20 reunidos en San Petersburgo pidiendo que se evitara un bombardeo a Siria encabezado por los Estados Unidos. En 2015, luego de un viaje a Medio Oriente, reunió en los jardines vaticanos a los presidentes de Israel y Palestina en un encuentro de oración por la paz.
Fueron muchos los viajes a África tratando de aplacar conflictos. O, por caso a Myanmar, abogando por la étnica de los rohingyas, ferozmente desplazada. Pero el trago más amargo por tratarse de una guerra en el corazón de Europa entre dos pueblos cristianos (si bien de mayoría no católica, sino ortodoxa) fue la invasión rusa a Ucrania. Criticado por no haber criticado abiertamente desde el comienzo al presidente ruso Vladimir Putin -no quería volar los puentes con el Kremlin para preservarse como eventual mediador- y no ir a Kiev, sus esfuerzos para detener la guerra se estrellaron, especialmente ante la intransigente del mandamás ruso.
El ataque y los numerosos secuestros cometidos por la organización terrorista Hamas, el 7 de octubre de 2023, la represalia del gobierno israelí llevaron al Papa a hacer un trabajoso equilibro entre condenar a atrocidad de los terroristas y reclaman la liberación de los secuestrados y a la vez exhortaba a que la ofensiva militar israelí no afectara a la población civil de Gaza y se permitiera la ayuda humanitaria. Llegó a recibir a secuestrados tras su liberación y a pobladores gazatíes en más de una ocasión en su anhelo de que se acallaran las armas. Mientras que, siguiendo la posición tradicional de la Santa Sede, abogada por la “solución de los dos estados”.
En fin, como jesuita -que tanto hicieron por tratar de evangelizar China- Jorge Bergoglio se quedó con las ganas de visitar el gigante de Oriente. Trató de buscar un acercamiento con el férreo régimen de Pekín, que combate a las religiones. Pero la batalla por la libertad religiosa seguirá. Eso sí, logró grandes avances en las relaciones con las otras religiones (el Congreso Judío Mundial llegó a sesionar dentro del mismísimo Vaticano y con el mundo musulmán -tanto sunitas como chiitas- el acercamiento fue histórico). Pero la reunificación de las iglesias cristianas sigue siendo una mora a pesar del buen diálogo.
Mientras tanto, habrá que ver en qué medida los cambios que introdujo Francisco en la institución eclesiástica y su proyección mundial proseguirán. No parece que se pueda volver muy atrás. Algo es seguro: la Iglesia que dejó no es la misma. Porque Francisco llevó adelante con sus formas y sus tiempos, sus aciertos y sus errores, sus clarividencias y sus incomprensiones, una verdadera revolución cultural en la más antigua institución del mundo tratando de ser fiel a San Ignacio de Loyola -el fundador de los jesuitas- y a San Francisco de Asís.