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Quienes seguimos de cerca lo que ocurre en el Medio Oriente a veces cometemos el error de ver a Irán como una simple teocracia chiíta, castradora e impositiva. Pero la verdad es que Irán es mucho más que un país islámico bárbaro donde se ahorca a jóvenes en plazas públicas por supuestas tendencias homosexuales. Irán es, en esencia, un Estado comunista que se vale de la religión para justificar y exportar un modelo totalitario. Este sistema se parece más al Socialismo del Siglo XXI en Venezuela o al comunismo cubano que a la nación modernizada por el Sha, quien convirtió a Irán en una de las más prósperas de la región.

Teherán, donde se concentra el poder de los ayatolás, funciona como una maquinaria de poder en la que el clérigo no es solo jefe de Estado, sino también comandante ideológico. Se autodenominan “guías espirituales”, pero su función real es ejercer un control absoluto sobre la sociedad. Este modelo aberrante no solo ha persistido dentro de Irán, sino que se ha ido exportando mucho más allá del Golfo Pérsico. Hoy vemos cómo, en países como Siria y Venezuela, milicias armadas vinculadas al narcotráfico operan con una eficiencia alarmante, acercándose cada vez más a su objetivo final: la destrucción de Estados Unidos, símbolo del capitalismo, la libertad y los valores occidentales, donde ninguna religión ni fanatismo domina por encima de los derechos individuales.

Estados Unidos, tierra de hombres libres y hogar de ciudadanos valientes, ha sido históricamente un faro de luz frente a la oscuridad del islamismo autoritario que busca pueblos arrodillados, sumisos y convertidos en nuevos esclavos. Y aunque parezca difícil de creer, los tentáculos de este comunismo islámico ya se extienden hacia varios países de América Latina —como Venezuela y Bolivia—, impulsados por la debilidad estratégica de líderes como Barack Obama y la inoperancia del mediocre Joe Biden.

Del Corán a Lenin: el nuevo rostro del autoritarismo iraní

El líder supremo, el ayatolá Alí Khamenei, encabeza este sistema bárbaro. Bajo el principio del velayat-e faqih (el gobierno del jurista islámico), se ha instaurado un régimen comparable a los comunismos del siglo XX, pero con una diferencia clave: mantiene una apariencia electoral que es controlada y manipulada por un “Consejo de Guardianes”, que filtra a los candidatos según su lealtad al régimen.

La economía está completamente cooptada por conglomerados asociados al IRGC (Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica), una estructura militar paralela que controla desde bancos hasta instalaciones donde se fabrican misiles balísticos de largo alcance. En este sistema aterrador, no existe disidencia real: periodistas y comunicadores críticos llenan prisiones como la tristemente célebre cárcel de Evin, en Teherán; Qarchak, donde están detenidas Niloofar Hamedi y Elaheh Mohammadi —por haber cubierto la muerte de Mahsa Amini y las protestas de 2022—; y Bojnord, donde permanece presa la periodista y directora de la revista Seyahat-e Shargh, Nasrin Hasani.

Quienes no corren con la “suerte” de ser olvidados en una celda son ejecutados públicamente. Irán es, sin duda, uno de los regímenes más tiránicos que existen en pleno siglo XXI.

Milicias como modelo de expansión: Hezbollah, hutíes y la guerra por delegación

Irán ha perfeccionado el arte de la guerra proxy. A través del IRGC y su brazo internacional, la Fuerza Quds, financia y entrena a milicias que actúan como extensiones ideológicas y militares del régimen. Hezbollah en Líbano, los hutíes en Yemen, las milicias chiíes en Irak y Siria, y hasta células en Afganistán y África forman parte del llamado “Eje de la Resistencia”, un entramado de grupos armados que desafía la soberanía de sus propios países para servir a Teherán.

Estos actores no solo operan en lo militar, sino también en lo social. Controlan escuelas, medios de comunicación y servicios comunitarios, ganando legitimidad y poder local. Hezbollah, por ejemplo, tiene más poder armado que el ejército libanés. Y en Yemen, los hutíes han establecido un gobierno paralelo con ayuda táctica iraní, desatando una crisis humanitaria que sigue afectando a millones.

Este modelo de guerra delegada permite a Irán interferir en los asuntos de otros países sin tener que desplegar tropas oficiales. Es una forma de imperialismo asimétrico, altamente efectiva y difícil de erradicar.

Tráfico de armas: la red clandestina que desafía al mundo

Una de las claves del poder iraní está en su capacidad logística para mover armamento a través de rutas clandestinas. Usando barcos civiles, mafias africanas y triangulación con países como Eritrea, Sudán o Somalia, Irán envía misiles, drones, explosivos y sistemas de defensa aérea a sus aliados. Los cargamentos suelen partir desde puertos como Bandar Abbas o Jask y se transfieren en alta mar a embarcaciones más pequeñas.

La Fuerza Quds, a través de su Unidad 190, dirige estas operaciones con empresas fachada y documentos falsos. También utilizan rutas terrestres por Omán y vuelos comerciales disfrazados de ayuda humanitaria. Estos cargamentos han sido fundamentales para ataques hutíes contra Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos e incluso buques comerciales en el Mar Rojo, elevando el precio del petróleo y afectando el comercio mundial.

A pesar de los esfuerzos de interdicción por parte de EE.UU. y aliados, la red persiste. Cada misil que impacta un blanco occidental puede haber sido ensamblado o financiado con ayuda iraní, muchas veces con insumos que pasaron por países latinoamericanos aliados del régimen.

Venezuela e Irán: una alianza con olor a petróleo y uranio

Como venezolana, me interesa analizar la relación entre Teherán y el régimen de Maduro, una alianza estratégica en la que Irán ha establecido operaciones en Caracas para instalar una de sus bases principales en América Latina. La embajada iraní no es solo una representación diplomática: es un centro de inteligencia y logística.

Llama la atención el puente aéreo entre Maiquetía y Teherán, sin pasajeros identificables. Organismos como la NSA y la DEA han denunciado que este canal se usa para el tráfico de drogas sintéticas, armamento ilegal y personal militar. Hezbollah también opera activamente en Venezuela y en la Triple Frontera (Argentina, Brasil y Paraguay), donde el narcotráfico y el lavado de dinero prosperan bajo la inacción de gobiernos preocupados más por la economía o atrapados en escándalos de corrupción.

El régimen de Maduro y Diosdado Cabello no solo ha adoptado el modelo iraní de represión y control social, sino que también comparte su narrativa de odio hacia Israel y Estados Unidos. Esto es profundamente contradictorio en un país mayoritariamente cristiano y amante de la paz, arrastrado ahora a una alianza geopolítica con una teocracia radical.

La respuesta: disuasión, inteligencia y liderazgo

Bajo el liderazgo de Donald Trump, la alianza entre Israel y Estados Unidos se convirtió en un frente militar activo contra Irán. La salida del acuerdo nuclear de 2015 y la política de «máxima presión» marcaron un antes y un después.

Acciones conjuntas como los ataques a instalaciones nucleares en Natanz, Fordow e Isfahan revelaron un nuevo paradigma: la doctrina de acción preventiva. Israel aporta inteligencia precisa y capacidad táctica; EE.UU., su poder aéreo y disuasión global. Juntos, actúan como un solo cuerpo estratégico.

Esta alianza también se ha expandido al ámbito tecnológico y de inteligencia compartida, anticipando ataques, neutralizando amenazas y conteniendo a actores como Hezbollah, los hutíes y las milicias chiíes.

Una amenaza ideológica y geopolítica

Irán no busca simplemente sobrevivir como Estado: quiere redefinir el orden mundial bajo su visión. Usa la religión como disfraz, pero su motor es ideológico y expansionista. Combina símbolos islámicos con prácticas comunistas para justificar su control interno y su agresiva política exterior.

No se trata solo de una teocracia regional, sino de un régimen posmoderno que ha convertido el islamismo revolucionario en una herramienta de poder autoritario y transnacional. Su alianza con regímenes como el de Nicolás Maduro demuestra que, cuando el fin es perpetuar el poder y desafiar a Occidente, las fronteras entre religiones y sistemas se diluyen.

Conclusión: el caballo de Troya del siglo XXI

La comunidad internacional no puede seguir analizando a Irán con los lentes del realismo clásico. Este régimen no responde a las lógicas convencionales del Estado-nación. Actúa como un caballo de Troya global, infiltrando movimientos sociales, gobiernos débiles y zonas grises de la legalidad internacional.

Su influencia silenciosa es más peligrosa que cualquier grito de guerra. Actúa con paciencia, estrategia y una red bien financiada. Mientras el mundo mira hacia otras amenazas, Irán sigue sembrando semillas de conflicto, desde Beirut hasta Caracas.

“Irán necesita una refundación democrática. El islamismo revolucionario ha fracasado. Solo un sistema basado en la voluntad del pueblo podrá romper el ciclo de represión, guerra e hipocresía.”

Reza Pahlavi, hijo del último Sha de Irán

Dayana Cristina Duzoglou Ledo