Burkina Faso significa “tierra de hombres con integridad” y este país, lleno de bellezas naturales impresionantes, es actualmente, uno de los países más peligrosos del globo terráqueo. Con más de veintidós millones de burkineses que viven en condiciones de pobreza extrema y en un fuego cruzado constante de diversos grupos terroristas, este país ocupa uno de los últimos lugares del mundo en desarrollo humano. Las instituciones se han desvanecido, y en su lugar emergen estructuras paralelas: milicias civiles, clanes armados, redes de narcotráfico y comandos yihadistas. Lo que debió ser una nación digna hoy es un tablero trágico de guerra, donde cada ataque terrorista ocasiona la perdida de miles de vidas inocentes, escenario muy común en nuestros países latinoamericanos, donde el terror se ha institucionalizado, el Estado ha sido vaciado desde dentro, y el silencio internacional es tan criminal como el crimen mismo.
Thomas Sankara: El reformador asesinado por la codicia
En un periodo de tiempo récord (solo 4 años que trascurrieron desde mil novecientos ochenta y tres a 1987), Thomas Sankara, hoy un prócer con estatuas en este país, reconstruyó con inmediatez áreas claves como alfabetización a gran escala y vacunaciones necesarias de todos los pobladores. Ademas, fue quien bautizo al país con el nombre de “Tierra de hombres con integridad”.
Entre sus mas notables medidas prohibió por completo la aberrante mutilación femenina que era común entre miles de niñas burkinesas y también prohibió los matrimonios forzados y la poligamia. Por otro lado, con certeza, implementó un programa de planificación familiar y ademas empezó a integrar a las mujeres como parte de su gobierno. Para él, no podía haber prosperidad y desarrollo sin la liberación plena de la mujer.
Sankara predicó con el ejemplo: su gobierno recortó los sueldos de los funcionarios, vendió los autos de lujo del Estado y promovió la autosuficiencia alimentaria. Su revolución ética contrastaba con las redes de poder corrupto que dominaban y todavía dominan África Occidental, así como también dominan hoy buena parte de países del Caribe y de América Latina.
Pero la integridad suele tener un precio alto en sistemas construidos sobre la corrupción. El 15 de octubre de 1987, fue traicionado por su compañero de armas, Blaise Compaoré. Durante una reunión en Uagadugú, un comando armado lo ejecutó a sangre fría junto a doce de sus colaboradores. Sin juicio. Sin proceso. Una ejecución política que marcó el fin de una era y el comienzo de una regresión brutal.
Su legado,, es hoy una herida abierta. Sankara representa la posibilidad abortada de un liderazgo íntegro en medio del caos, una utopía traicionada por quienes se benefician del caos. Su figura resuena con fuerza en el presente de muchos países latinoamericanos que, entre narcoestados, crímenes políticos y represión social, también han visto cómo la esperanza suele ser sofocada antes de florecer por ya varias décadas.
Legado incómodo: la amenaza que representan los lideres íntegros
El asesinato de Thomas Sankara no fue solo el silenciamiento de una voz rebelde, sino el mensaje inequívoco que los poderes globales y sus cómplices locales envían cada vez que un líder decide gobernar con ética en lugar de ambición. El crimen político, ya sea en Burkina Faso o en América Latina, es siempre un acto de perversión: eliminar al ejemplo antes de que se vuelva contagioso.
Desde Haití hasta México, desde Colombia hasta Venezuela, hemos visto repetirse el patrón: líderes que intentan desafiar las estructuras mafiosas —sean del narco, del capital extractivista o del clientelismo partidista— terminan arrinconados, acorralados, exiliados o muertos. En continentes plagados de promesas rotas, la integridad se convierte en una anomalía peligrosa. Sankara, como Gaitán, no cayó por ingenuo: cayó porque era el ejemplo de que los cambios positivos en democracias fuertes son posibles.
Su muerte nos advierte que la ética democrática —cuando no es discurso sino praxis— despierta la violencia de quienes lucran con la sangre, el narcotrafico y la corrupción.
Y sin embargo, como toda verdad que se planta en tierra fértil, el recuerdo de Sankara sigue vivo y germinando. En los campos de Burkina Faso donde los jóvenes reclaman dignidad, así como también en las calles de América Latina donde los pueblos resisten a las dictaduras nuevas y viejas, y también en cada intento por reconstruir desde la raíz una república verdaderamente justa.
El terror que impusieron sus asesinos no logró borrar lo esencial: que hubo una vez un hombre en Burkina Faso que creyó, vivió y murió por la idea de que la decencia también podía gobernar.
Terrorismo, narco y drones: El infierno de Uagadugú
La capital, Uagadugú, y otras ciudades como Solenzo y Djibo, viven bajo fuego constante.Tanto las fuerzas militares o ejercito como las milicias VDP o de voluntarios al servicio de la defensa de la patria han hecho publica las miles de ejecuciones extrajudiciales, exterminios medianto bombardeos a diversos poblados y la represion exceciva que hoy se lleva a cabo contra los civiles indefensos. Ademas, muchos de estos grupos terroristas ( especificamente los grupos Jama’at Nasr al-Islam wal-Muslimin y el Estado Islámico del Sahel) exponen al terror constante a los burquineses, saqueando arsenales y reclutando menores de edad así como también a victimas desplazadas por esta ola de terror. El trafico ilegal de estupefacientes ha convertido a este pais en un pais de paso estrategico de drogas hacia el continente europeo por las denominadas “autopistas de la muerte” que usan las rutas antiguas que usaban los comerciantes transhararianos. Todo este panorama tan complejo y realmente aterrador, donde los terroristas son la alternativa a un gobierno débil y los miembros del ejercito combaten al pueblo desposeído e indefenso, es un escenario común para nosotros los latinoamericanos en donde el crimen organizado son los mismos “gobiernos” y donde los carteles controlan territorios enteros en sociedad con alcaldes, gobernadores y autoridades corruptas en donde se vive el fenómeno de guerra no convencional entre diferentes mafias contra ciudadanos civiles indefensos que terminan en las mazmorras de estos regímenes atroces que no tienen respecto alguno por los derechos humanos de sus presos tanto políticos como presos comunes.
Islam radical y odio étnico: Bobo-Dioulasso y la fractura
Lo que fue cuna de cultura y arquitectura del continente africano en el pasado, Bobo-Dioulasso, es hoy semillero del extremismo islámico. Los mossi, grupo dominante, gobiernan con puño de hierro mientras los fulani, pastores históricamente marginados, se radicalizan. El Estado, lejos de mediar, ha elegido reprimir. Así, la religión (islámica en su mayoría) se convierte en trinchera y el resentimiento étnico en dinamita. No hay escuelas, no hay agua, no hay tierra, no hay luz, ni servicios básicos. Solo hay fusiles, trafico de drogas, himnos radicales y promesas de poder para quien mate más.
Este fenómeno de polarización étnico-religiosa es paralelo al uso político de la identidad y la exclusión en algunos países de América Latina donde ciertos sectores son satanizados, desplazados, eliminados y reprimidos bajo etiquetas como “enemigos del pueblo” o “contrarrevolucionarios”. En ambos casos, se construye un enemigo interno para justificar la violencia del poder y alimentar un aparato represivo sin rendición de cuentas.
El triángulo de la muerte: Sahel como epicentro del colapso
La región de Liptako-Gourma, donde convergen Burkina Faso, Malí y Níger, es un agujero negro de gobernabilidad. Allí, el 60% del territorio está fuera del control estatal. Las fronteras son simbólicas. Las alianzas entre yihadistas, narcotraficantes y mercenarios son el nuevo orden. Francia se fue. Rusia entró. Y la Alianza de Estados del Sahel rompió con Occidente para abrazar un autoritarismo militar que recuerda a otras tiranías más cercanas, donde las elecciones son fachada, la soberanía un discurso vacío y el verdadero poder se “pre-negocia” entre bastidores con grandes sumas de dinero, armas, cocaína y oro.
El colapso total de servicios —salud, educación, seguridad alimentaria— no es un accidente: es un modelo de dominación que opera también en ciertas zonas de Latinoamérica, donde el abandono estatal se convierte en oportunidad para redes ilícitas de poder.
Narcoterrorismo y armas: el combustible del caos
Según INTERPOL, más de 10 toneladas de anfetaminas fueron incautadas recientemente en Burkina Faso, junto a armas, explosivos y combustible ilegal. Los grupos radicales financian su expansión con el oro extraído de manera ilegal en zonas sin ley. Ese oro termina en mercados internacionales. Las ganancias compran fusiles, pagan lealtades y alimentan guerras. En ese sistema, la violencia no es un efecto: es el modelo.
Y los jóvenes, sin opciones, se convierten en soldados del narco por una comida al día y una promesa de poder. En muchos países de América Latina, también, el narcotráfico se ha infiltrado en la economía formal, en la política y en los sistemas de justicia. La cooptación de las instituciones no solo permite el negocio de la droga: lo convierte en estructura de gobierno. La única diferencia con el Sahel es el idioma y el nombre de los supuestos “lideres”. El mecanismo es exactamente el mismo.
Cuando el olvido también va matando lentamente
El crimen, el terror y al narcotráfico de Burkina Faso no es solo su tragedia, sino el silencio que la envuelve. Periodistas censurados, cooperantes expulsados, medios cerrados, activistas perseguidos. El mundo observa pero sin ver. Y cada poblado bombardeado, cada niño sin escuela, cada civil o opositor asesinado, nos habla también de lo que puede pasar cuando se deja pudrir una nación desde adentro.
«No se desarrolla a la gente. La gente se desarrolla a sí misma»
Joseph Ki-Zerbo
( historiador, político e intelectual africano de Burkina Faso, pionero del pensamiento sobre el desarrollo endógeno y defensor de una África que se reconstruya desde su identidad cultural. Fue opositor a las dictaduras y crítico de los modelos impuestos, tanto capitalistas como socialistas)
Dayana Cristina Duzoglou
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