COMPARTIR

En el corazón de Siria, donde los vientos del desierto se mezclan con la historia milenaria de los pueblos que han resistido el olvido, se alza un clamor desgarrador: el de la provincia de Sueida, tierra de los drusos. Más de mil vidas se han extinguido en una tormenta de violencia que ha convertido comunidades pacíficas en campos de dolor, desplazado familias enteras y arrancado de raíz la esperanza.

Los drusos, portadores de una fe que cultiva la razón, la paz y la dignidad, están siendo perseguidos no por lo que han hecho, sino por lo que son. Estudiantes obligados a huir de sus aulas, madres que sepultan a sus hijos bajo el miedo, ancianos que ven derrumbarse los pilares de su cultura ancestral. ¿Cómo se puede callar ante semejante brutalidad?

La memoria colectiva del mundo no puede permitirse otro episodio silenciado. Porque cada vida perdida en Sueida representa una herida en nuestra humanidad, un fracaso de nuestra ética global. El respeto a la vida debe ser absoluto, no condicionado por geopolítica, religión ni frontera. Tiene que ser íntegro, firme y urgente.

No basta con mirar desde lejos. No basta con lamentos. Es el momento de que las voces que aún pueden hablar lo hagan por los que han sido silenciados. Que los pueblos del mundo, desde Venezuela hasta Siria, eleven un mismo canto: que nadie sea perseguido por su fe, por su cultura ni por su diferencia.

Hoy, más que nunca, necesitamos recordar que la verdadera civilización se mide por cómo tratamos a los más vulnerables. Que la paz no es un privilegio, sino un derecho. Y que la dignidad humana es el principio y el fin de todo proyecto de convivencia.

Por Sueida. Por los drusos. Por todas las comunidades que resisten en silencio. Que no se les niegue la voz, ni se les robe la vida. Que el respeto se transforme en acción, y la memoria en justicia. Porque solo cuando la vida se honra sin condiciones, el mundo puede comenzar a sanar.

WWW.NORTEASUR.NET