Por Robert Alvarado
“El éxito es la capacidad de ir de fracaso en fracaso sin perder el entusiasmo”. Winston Churchill
En Bolivia, donde la historia se escribe con altibajos de lucha, resistencia y reivindicación, cada elección no es solo un proceso democrático, sino un punto de inflexión político. El 17 de agosto de 2024 marcó un antes y un después: las elecciones generales revelaron un país en transición, con un electorado cansado de ciclos de confrontación y anhelo de renovación. No se trató de una simple derrota electoral, sino de un mensaje claro: el modelo del “masismo”, como fuerza hegemónica, había entrado en una profunda crisis de legitimidad.
Durante años, el Movimiento Al Socialismo(MAS) liderado por Evo Morales dominó la escena política boliviana, construyendo un sistema de poder basado en movilización social, control institucional y narrativas nacionalistas, conocidas también como “narrativas indentitarias”. Pero el tiempo reveló las fisuras: el intento de perpetuación en el poder tras el referéndum del 2016, la crisis del 2029, la posterior intervención de la OEA, la renuncia forzada de Evo Morales el 10 de noviembre de 2019 (tras una profunda crisis política y social desata por las controvertidas elecciones presidenciales de octubre de ese año, que precisamente motivó la intervención de la OEA), el retorno electoral en 2020 bajo condiciones cuestionadas por muchos, y luego, en 2024, la primera vez en más de dos décadas que el MAS no llega a la segunda vuelta presidencial.
Este resultado no fue un milagro ni un golpe de suerte. Fue el resultado de una acumulación de descontento: inflación galopante, corrupción percibida en sectores clave del Estado, parálisis productiva en regiones clave como el oriente y una sensación creciente de que el poder se había convertido en una dinastía, por no decir tiranía, más que en un servicio público. Evo Morales, símbolo indiscutible del cambio en 2006, a posteriori enfrentaba y enfrenta el rechazo de los mismos sectores que lo auparon: sectores populares, movimientos sociales y comunidades campesinas, sin obviar los “cocaleros”, que sintieron y sienten que fueron abandonados o instrumentalizados.
La frase popular “no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista”, resonó fuerte en ese momento, también por estos días. No como una celebración triunfalista, sino como una advertencia histórica, profética, diría yo: ningún régimen, por más arraigado que parezca, es eterno. Y el pueblo boliviano, con su voto, está demostrando madurez política al exigir rendición de cuentas y alternancia. No solo profirieron ¿hasta cuándo es esto? Sino que actuaron en consecuencia, dando un giro político para muchos casi imposible en Bolivia. Al punto que, en esta nueva etapa, la segunda vuelta del 19 de octubre enfrentará a dos figuras de la oposición: Rodrigo Paz Pereira, senador por Tarija y representante de una corriente emergente de centro-derecha, y el estimado (para mi) Jorge “Tuto” Quiroga, expresidente y figura conocida en la escena internacional. El mensaje es claro, no, clarísimo. Ambos, aunque con perfiles distintos, representan un giro hacia modelos más liberales, con énfasis en la reactivación económica, la transparencia (lo opuesto a la trampa de Evo) y la reconciliación nacional.
Paz Pereira, con su discurso renovador y base en el sur del país, ha logrado articular un mensaje que trasciende el tradicional binarismo izquierda-derecha. Ha capitalizado el deseo de cambio sin caer en extremismos, proponiendo una Bolivia más integrada, con inversiones en infraestructura, educación técnica y apertura comercial. Su ascenso político y electoral no es ajeno a la dinámica de su familia, ya que su padre, Víctor Hugo Paz, fue alcalde de Tarija, claro, ha trabajado por su identidad propia, alejada de los estigmas de las “dinastías políticas”.
“Tuto” Quiroga, por su parte, representa una continuidad del liberalismo institucional, con experiencia de gobierno, de relaciones internacionales y una visión clara de Estado de Derecho. Su regreso a la primera plana política y electoral refleja la búsqueda de estabilidad y gobernabilidad, aunque si imagen sigue polarizando: para algunos, es un defensor de la democracia; para otros, un representante de élites alejadas de las realidades populares. Para mí, una buena opción frente a lo encarnado por Evo.
Mientras tanto, Evo Morales, desde su bastión en el Chapare, ha guardado un silencio estratégico, por no decir, obligado. No participa directamente, inhabilitado por la justicia electoral, pero su influencia sigue latente. A decir verdad, eso de su influencia, es difícil de negar. Lo importante es que dicha influencia cada día se ve alto disminuida. Por eso, sus seguidores lo consideran perseguido, con una narrativa poco convincente; sus detractores, un líder que no ha rendido cuentas por los episodios más oscuros de su gestión, como la crisis de Sacaba y Senkata en 2019. La expresidenta Jeanine Añez, hoy en proceso judicial, que ha denunciado persecución política, también se le acusa de responsabilidades en esos hechos, al igual que a Evo. Lo cierto es que ambos casos están en manos de la justicia y ambos han pagado un alto costo político y personal. Es una tarea pendiente, ya que Bolivia no ha cerrado esa herida.
Lo que está en juego el venidero 19 de octubre no es solo quién gobernará, sino qué tipo de Bolivia se quiere: ¿una nación más abierta, inclusiva y económicamente dinámica? ¿O un retorno a modelos centralistas, aunque con nuevos rostros? El desafío es enorme: reconstruir la confianza en las instituciones, superar la polarización, impulsar el desarrollo sin depender de commodities y garantizar que el cambio que se avizora no sea solo de nombre, de forma, sino de fondo. El entusiasmo por este nuevo ciclo debe ir acompañado de prudencia. El cambio no llega solo con votos, sino con decisiones diarias, con inclusión, con justicia. Y si hay algo que la historia boliviana enseña es que los extremos, tanto el autoritarismo como del caos, solo conducen al desencuentro.
Lo importante, es que el pueblo boliviano ha despertado. Ahora toca gobernar con humildad, con visión y con coraje de construir una patria de todos. Porque Bolivia no es de uno, ni de un partido político: es de todos.
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