En el vasto océano digital donde cada palabra puede ser amplificada o distorsionada, Venezuela ha sido víctima de una guerra silenciosa: la mentira sistemática en redes sociales. No se trata solo de memes malintencionados o titulares manipulados, sino de una estrategia sostenida que busca desdibujar nuestra identidad, sembrar desesperanza y erosionar la confianza en lo que somos y en lo que podemos ser.
Las redes sociales, nacidas como espacios de conexión y expresión, se han convertido en trincheras de desinformación. Desde cuentas anónimas hasta campañas pagadas, se difunden narrativas que caricaturizan al venezolano, exageran nuestras dificultades y omiten nuestras resistencias. Se nos presenta como un país sin alma, sin futuro, sin dignidad. Pero esa imagen no es Venezuela. Es una mentira.
Venezuela es más que sus titulares. Es el niño que canta en la cola del pan, la abuela que comparte su receta ancestral, el joven que emprende con creatividad, el campesino que sigue sembrando esperanza. Es el maestro que enseña sin recursos, el médico que cura con vocación, el poeta que transforma el dolor en verso. Es el girasol que se alza, aún en tierra árida.
Las redes sociales no son enemigas por naturaleza. Son herramientas. Pero cuando se usan para manipular, dividir y desmoralizar, se convierten en armas. Y ante esa agresión, nuestra respuesta debe ser firme: verdad, unidad y memoria. No basta con denunciar la mentira; hay que contrarrestarla con relatos auténticos, con gestos de solidaridad, con campañas que celebren lo que somos.
Desde este espacio, convoco a comunicadores, líderes comunitarios, artistas, educadores y ciudadanos a levantar la voz. A llenar las redes de contenido que honre nuestra historia, nuestras luchas y nuestros sueños. A no permitir que nos definan desde afuera. A recordar que la verdad también puede viralizarse.
Porque Venezuela no es una tendencia. Es una nación. Y su alma no cabe en un tuit ni en un tictok.