Nos han vendido la inteligencia artificial como la cúspide de la evolución, el nuevo mesías tecnológico que lo hará todo por nosotros: escribir, crear, decidir. Y es cierto que nos ayuda. De manera asombrosa, además. Puede procesar datos en segundos, encontrar patrones que un cerebro humano tardaría años en descifrar, e incluso generar textos o imágenes que, a primera vista, nos dejan boquiabiertos.
Pero hay una verdad que, en medio de esta fascinación, estamos olvidando: la IA no es inteligente. No en el sentido más profundo de la palabra. Carece de la chispa que nos define como humanos: la intuición, la capacidad de asombro, la empatía, el humor. La IA no sabe lo que es el dolor, la alegría de un logro personal o la frustración de un fracaso. Solo procesa información. Es una herramienta glorificada, un espejo de lo que ya existe en el vasto universo de datos.
Y ahí radica el peligro. Con cada tarea que delegamos a la IA, corremos el riesgo de adormecer nuestras propias mentes. Nos acostumbramos a que resuelva los problemas por nosotros, a que nos dé ideas, a que nos escriba un correo o un artículo. Dejamos de pensar por nuestra cuenta, de explorar caminos creativos que no siguen un patrón predecible, de cometer los «errores» que, a menudo, nos llevan a los descubrimientos más geniales.
La creatividad no es una fórmula matemática. La verdadera inteligencia no es solo la capacidad de calcular, sino de conectar ideas de forma inesperada, de tener una visión, de sentir. La IA puede imitar, pero no puede innovar. Puede replicar un estilo, pero no tiene alma.
No se trata de temerle, sino de usarla con conciencia. Que no nos convierta en simples operadores, sino en arquitectos de nuestras propias vidas. La IA debe ser el martillo en manos del carpintero, no el carpintero que construye la casa. Es nuestra responsabilidad mantener viva esa chispa, ese pensamiento crítico y esa creatividad que nos hacen únicos. Porque si dejamos de pensar, si dejamos de crear, la IA no nos reemplazará. Simplemente nos daremos por vencidos.
LA IA NO ES INTELIGENTE ES ARTIFICIAL.