Ayer, desde el estrado de la Asamblea General de la ONU, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, no solo exhibió su desprecio por el multilateralismo y los pueblos del Sur, sino que desató una retórica de odio que recuerda los momentos más oscuros del siglo XX. En un discurso cargado de amenazas, sarcasmos y estigmas, arremetió contra Venezuela con una frase que hiela la sangre: “A todo matón terrorista que esté traficando drogas venenosas hacia los Estados Unidos de América: téngase por avisado, lo haremos saltar por los aires”. Esta declaración, lejos de ser una advertencia diplomática, se asemeja a un decreto de exterminio. Trump no solo acusó al presidente Nicolás Maduro de liderar redes de narcotráfico “terroristas”, sino que anunció el uso del “supremo poder de las Fuerzas Militares” para destruir dichas agrupaciones. Ya se han reportado ataques letales en el Caribe, con al menos 17 muertos. ¿Dónde queda el derecho internacional? ¿Dónde la humanidad?
Su discurso, lejos de buscar soluciones, fue una exhibición de supremacía, desprecio y unilateralismo. Se burló de la ONU, de Europa, de los migrantes, del cambio climático, y hasta del teleprónter que no funcionó. Pero con Venezuela fue directo, cruel y apocalíptico. Mientras Estados Unidos se tambalea entre déficits históricos, crisis migratorias y una fractura social que se profundiza, Trump ha decidido mirar hacia nuestra nación como blanco de sus amenazas y desvíos. En días recientes exigió que Venezuela reciba de inmediato a presos y pacientes de instituciones mentales que, según él, fueron “forzados” a entrar en territorio estadounidense. De no hacerlo, advirtió que pagaríamos un “precio incalculable”. Este lenguaje, cargado de estigmas y deshumanización, recuerda peligrosamente los discursos de odio que precedieron a los peores capítulos del siglo pasado. Trump no solo equipara migrantes con “monstruos”, sino que invoca una lógica de castigo colectivo, militarización y supremacía que evoca el hitlerismo: ese modelo donde el poder se impone por fuerza, miedo y propaganda.
¿Es esta la forma de resolver una crisis social interna? ¿Es justo que Venezuela, ya golpeada por sanciones y bloqueos, sea convertida en chivo expiatorio de una potencia que no logra atender sus propias heridas? La historia nos enseña que cuando los imperios enfrentan decadencia, buscan enemigos externos para justificar sus excesos. Hoy, Trump parece querer reeditar esa fórmula, con Venezuela como escenario de su agresividad. Pero nuestra nación, con sus luces y sombras, merece respeto, diálogo y soberanía. No amenazas, ni estigmas, ni operaciones encubiertas.
Desde este Podium, alzamos la voz por la dignidad, la memoria y la paz. Porque ningún pueblo debe ser tratado como desecho, y ningún líder debe jugar con el dolor ajeno para ocultar sus propias fallas. Denunciamos el odio como política exterior. Denunciamos el uso de la fuerza como espectáculo. Y denunciamos el intento de aplicar un hitlerismo moderno sobre nuestra patria: estigmatizar, invadir, destruir y justificarlo todo con una narrativa de “salvación”. Venezuela no es una amenaza. Es un pueblo que resiste, que sueña, que merece respeto. Y ante el odio, respondemos con memoria, dignidad y unidad.