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Javier Pérez, académico y experto en conflictos de la Universidad de Chile, cree que el mundo vive un momento de convulsión global como no se había visto en décadas.

Hoy, más que nunca, las fichas del tablero del poder internacional se están reacomodando y nuestra región ya no está ajena a este juego, tal y como nos ha hecho ver en las últimas semanas el caso venezolano”, sostiene.

Pérez explica que, tras la caída del muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética, Estados Unidos consolidó su hegemonía, convirtiendo al bloque capitalista en el centro del poder unipolar.

Pero –asegura- ese orden ya no representa la realidad del presente. “Lo que más se repite entre analistas, académicos y políticos es que el centro del poder mundial está cambiando. Estados Unidos, particularmente su presidente, Donald Trump, lo sabe y ahora parece estar aceptándolo, algo que sus antecesores, e incluso él mismo en su administración anterior, no parecían capaces de asumir”, refiere.

Y sobre el mapa multipolar China surge, como nunca, como la potencia que desafía al país de las barras y las estrellas. Según Pérez, Trump ya lo probó a inicios de año, cuando lanzó una ofensiva comercial y arancelaria contra gran parte del mundo, con especial énfasis contra Pekín.

En sus palabras, ese enfrentamiento puso a prueba la capacidad de ambos gigantes para resistir la presión. “Y lo cierto es que China no solo resistió, sino que obligó a Washington a retroceder en su ofensiva. Un retroceso que expuso tanto las limitaciones de la estrategia de Trump como la consolidación del gigante asiático como potencia global”, añade.

Perdió el trono, considera el académico chileno, quien sostiene que tras aquel episodio, múltiples países comenzaron a mirar hacia China y hacia el Brics como una alternativa tentadora a Estados Unidos en materia de comercio, seguridad y cooperación. “Trump y su administración lo saben. Ya no están en el trono que alguna vez disfrutaron en los años noventa y en el inicio del nuevo siglo. La famosa consigna de Trump, “Make America Great Again”, tiene justamente ese trasfondo, recuperar una grandeza perdida”, asegura.

Reconfiguración: Venezuela como eje

Antes de llegar a la Casa Blanca, el líder republicano veía como el orden internacional se reconfiguraba, con la aparición de bloques como el Brics y otras alianzas regionales que desafiando a Washington. Por ello Pérez cree que al nombrar a Marco Rubio como Secretario de Estado, la nueva administración de Trump envió una señal clara. “El regreso a una vieja doctrina de política exterior, la Doctrina Monroe. América para los americanos. O mejor dicho, América, para Estados Unidos”, advierte.

Pérez recuerda que Trump repite permanentemente que terminó siete guerras desde que asumió. Una afirmación para algunos analistas cuestionable, pero que refuerza un punto, su mirada vuelve a dirigirse al continente americano.

Si el mundo se vuelve multipolar, Washington busca asegurar lo que considera su ‘patio trasero’. En esa lógica, la inmigración y el narcotráfico han sido instalados como las causas de la decadencia estadounidense, apuntando directamente a la región. Especialmente a los Estados que más dolores de cabeza han provocado a las distintas administraciones en los últimos años, Cuba, Venezuela y de alguna forma también México”, detalla.

Hiroshima en la memoria

Hasta hace poco, recuerda el académico de la Universidad de Chile, la estrategia de Washington se limitaba a sanciones, presiones y acciones puntuales, pero apunta a que el tablero está cambiando.

A fines de agosto, Estados Unidos desplegó una de las mayores flotas navales en décadas frente a las costas venezolanas, en pleno Caribe. Desde entonces, los movimientos militares se han intensificado. Aviones F-35, logísticos y de repostaje, similares a los utilizados en ataques sobre Irán a mediados de año, han llegado en número creciente a bases en Puerto Rico. Imágenes satelitales revelaron también la presencia del buque de operaciones especiales MV Ocean Trader, una nave capaz de transportar tropas de élite, drones, helicópteros y lanchas rápidas para realizar despliegues anfibios en costas como las venezolana”, añade.

También se refiere al despliegue de un cuarto destructor, el USS Stockdale, actualmente en Panamá. “Hoy, cerca del 13% de todos los buques de guerra estadounidenses en operación están en el Caribe. Y como si no bastara, Washington probó un misil balístico lanzado desde submarino, el “Trident”, con capacidad termonuclear. Fue disparado desde Florida y divisado cerca de Puerto Rico. Se trata de un misil que puede llevar hasta ocho ojivas, cada una con un poder 31 veces superior a la bomba de Hiroshima”.

Javier Pérez considera que este despliegue no es un simple gesto. Habla de un gasto multimillonario y una muestra de músculo que Trump difícilmente dejará pasar sin obtener algún tipo de resultado. “Y en este escenario, Venezuela ocupa un lugar central. Nicolás Maduro mantiene lazos con Rusia y China, adversarios estratégicos de Estados Unidos, y sigue desafiando abiertamente a Washington, salvo por el negocio petrolero con la estadounidense Chevron”, afirma.

Rusia en la escena

Para Moscú, -opina el internacionalista- Venezuela sirve como una suerte de contrapeso frente a la influencia estadounidense en la región, como lo ha sido Siria en Medio Oriente. En ese contexto, Pekín trata de proteger sus cuantiosas inversiones petroleras.

La Casa Blanca justifica sus movimientos bajo la narrativa del ‘narcoterrorismo’ y el ‘Cartel de los Soles’, una justificación que daría cobertura legal y moral a operaciones puntuales contra objetivos específicos cercanas a Miraflores.

“Pero lo cierto es que Trump quiere ver a Maduro fuera del poder. La incógnita es cómo lograrlo. Una invasión total parece poco probable, el costo logístico y económico sería demasiado alto, y podría provocar un aumento masivo de la migración, lo que chocaría con la propia agenda trumpista. Más viable parece un ataque de precisión contra la cúpula de poder, eliminando figuras clave del gobierno y debilitando al régimen de forma quirúrgica”, sustenta.

Pero Pérez aclara que ese camino abre distintos escenarios. En su opinión, un derrocamiento exitoso abriría paso a una transición, aunque insiste en que “no está claro bajo qué liderazgos”. No descarta, sin embargo, una lucha interna por el poder, generando más violencia. “Otra posibilidad es que un ataque desorganice al gobierno sin colapsarlo, derivando en una fragmentación del poder y un vacío que multiplique el caos”, reflexiona.

Un tercer escenario, se enfoca en su parecer, a que el ataque fracase y, lejos de debilitar a Maduro, lo fortalezca como líder antiimperialista, uniendo a sus seguidores y reforzando la represión. “Sería la peor humillación para Trump. Y aún existe la alternativa de un conflicto de baja intensidad, una ‘guerra gris’ marcada por operaciones de inteligencia, sabotajes y ciberataques que mantendrían la región en tensión permanente”.

Pérez enfatiza que el principio de no injerencia ya está en entredicho y que incluso sectores de la oposición venezolana ven con buenos ojos una intervención. Y, en esa línea apela a que, en la misma asamblea general de la ONU, Trump lanzó una frase que muestra muy claramente sus reales intenciones: “Hemos comenzado a utilizar el poder supremo del ejército estadounidense para destruir a los terroristas y a las redes de tráfico de Venezuela lideradas por Maduro. Los borraremos del mapa”.

Por ello, reflexiona para culminar: “Venezuela podría ser la Ucrania de nuestra región. No por una guerra prolongada o porque sirva para alinear las posiciones de la región, sino porque marcaría un antes y un después en la forma de pensar la seguridad y la paz en América Latina. Un quiebre del statu quo que Estados Unidos mantenía desde la Guerra Fría. Algunos países optarían por alinearse con Washington, otros mirarían hacia el Brics. Todo dependerá de los ciclos políticos internos y del momento en que estalle la crisis”.