En el tablero geopolítico del siglo XXI, las alianzas ya no se tejen con hilos de simpatía, sino con fibras de necesidad, soberanía y supervivencia. Venezuela, China, Rusia e Irán no conforman un bloque homogéneo ni un frente ideológico único; representan, más bien, la convergencia de países que han decidido no arrodillarse ante un modelo hegemónico que durante décadas ha pretendido definir quién prospera, quién se somete y quién desaparece del mapa político.
Estados Unidos, potencia indiscutible en lo militar y financiero, ha construido su influencia global bajo la premisa de que su visión del mundo es la única posible. Pero la historia reciente demuestra que los pueblos, tarde o temprano, reclaman su derecho a existir sin tutelajes. Y es allí donde Venezuela, China, Rusia e Irán coinciden: en la defensa de un orden multipolar donde la soberanía no sea un privilegio, sino un principio.
Venezuela, con su inmensa riqueza energética y mineral, ha sido blanco de presiones, sanciones y narrativas diseñadas para fracturar su estabilidad interna y justificar intervenciones externas. China, con su poder económico; Rusia, con su peso militar y diplomático; e Irán, con su resistencia histórica frente a bloqueos y agresiones, han encontrado en la cooperación una forma de equilibrar un sistema internacional que durante décadas ha favorecido a un solo actor.
