F‑18: ¿Provocación o Intromisión?
La irrupción de dos F‑18 en el espacio aéreo venezolano no es un hecho aislado ni un error de navegación. Es un gesto. Y en geopolítica, los gestos nunca son inocentes. Cuando un par de cazas de combate —máquinas diseñadas para imponer presencia, no para pedir permiso— permanecen durante decenas de minutos sobre una zona estratégica del país, la pregunta deja de ser técnica para convertirse en moral: ¿estamos ante una provocación calculada o ante una intromisión deliberada?
El sobrevuelo prolongado sobre el Golfo de Venezuela, registrado por plataformas civiles y reseñado por medios internacionales, no puede leerse como un simple incidente. El área no es un vacío azul en el mapa: es un corredor energético, un punto de vigilancia y un símbolo de soberanía. Allí donde se cruzan intereses petroleros, rutas marítimas y tensiones históricas, cada aeronave que entra sin autorización activa no solo los radares militares, sino también la memoria colectiva de un país que ha aprendido a desconfiar de las “coincidencias” estratégicas.
La presencia de un portaaviones extranjero en el Caribe, sumada a operaciones regionales que se presentan como esfuerzos contra el crimen transnacional, dibuja un contexto que no puede ignorarse. En política internacional, el poder no se exhibe: se ensaya. Y un F‑18 no ensaya en silencio.
Lo más preocupante no es la aeronave, sino el precedente. Porque cuando un país permite que su cielo sea cruzado sin respuesta, abre la puerta a que mañana se cruce algo más que un avión. La soberanía no se mide solo en kilómetros cuadrados, sino en la capacidad de un Estado para decir “aquí no” y que ese “no” tenga consecuencias.
Venezuela, como cualquier nación, tiene el derecho —y el deber— de exigir respeto a su espacio aéreo. No se trata de retórica nacionalista, sino de un principio básico del derecho internacional: ningún país puede ser sobrevolado sin consentimiento. Y cuando ese consentimiento se viola, la dignidad también se pone en riesgo.
Hoy, más que nunca, corresponde interpretar el hecho con serenidad, pero sin ingenuidad. Porque un F‑18 puede cruzar un cielo en minutos, pero el mensaje que deja puede durar años si no se responde con claridad, firmeza y memoria.
La pregunta inicial sigue en pie: ¿provocación o intromisión?
Tal vez la respuesta sea menos importante que la advertencia que encierra el episodio: la soberanía no se tantea. Se respeta.
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