Por José Luis Centeno S
Alinear deseos con realidad concreta, evita frustraciones políticas.
La época decembrina, en esencia, nos envuelve con festividades, rituales y emociones de una marcada subyacente sensibilidad que, en mayor o menor grado, nos impulsa a reforzar nuestros deseos. En un contexto de crispación política como el nuestro, esa misma sensibilidad tiende a distorsionar la realidad.
De cara a la realidad venezolana, donde las informaciones discordantes y las conductas polarizadas nos agobian día a día, es menester adoptar un enfoque adecuado de la realidad. No se trata de ignorar la crispación ni asumir un optimismo vacío, sino de discernir con claridad qué depende de nosotros y qué escapa de nuestro control.
Ello es significativo, porque nuestros deseos de justicia, de estabilidad, de un mañana menos áspero, son legítimos, pero cuando los proyectamos sin filtro sobre un panorama caótico, lleno de incertidumbres, de contradicciones insalvables, generan decepciones que nos paralizan.
La clave radica en un realismo sereno, no pasivo o acomodaticio, ese que nos permite nombrar las circunstancias sin que nos dominen. Insisto, en Venezuela, agobiados por noticias contradictorias y acciones que profundizan la fractura social, debemos cultivar una mirada que priorice lo verificable sobre lo deseable.
Reforzar deseos, como se hace en esta época, no significa inflarlos con ilusiones, implica alinearlos con principios perdurables: la solidaridad familiar, la resiliencia social y la fe en los valores trascendentes que sobreviven a cualquier tormenta política.
Así la Navidad, quizá mejor sea decir, esta Navidad no se convertirá en una mera evasión de la realidad, sino en una oportunidad para recalibrar expectativas, evitando que la frustración latente nos robe la capacidad de actuar donde sí podemos influir asertivamente.
En el fondo, un enfoque adecuado de la realidad evita convertir esperanzas en espejismos y anhelos en frustraciones, nos libera para que los deseos se conviertan en propulsores de cambio modesto pero sostenido, no en fuentes de amargura en un contexto pleno de aparentes irresoluciones.
En esta Tierra de gracia, por estos días tensa, donde el agobio es colectivo, celebremos con ojos abiertos: reconozcamos el caos, pero elijamos la esperanza fundada en lo concreto. Porque, al final, la verdadera significación de esta época reside en esa tensión entre lo anhelamos y lo que, con disciplina, podemos construir.
