Por Robert Alvarado
“El buen comunicador no impone, conversa; su cultura universal abre puertas en cualquier latitud.” Ryszard Kapuściński (periodista polaco)
Sin militancia en ningún partido político, de origen extremadamente humilde, sólo con su profesionalismo y don de gentes, el educador y periodista Jesús Gómez López fungió por muchos años como relacionista público en grandes corporaciones de la Democracia Venezolana: PDVSA, CANTV, AEROPOSTAL, INOS, CORPOZULIA, Instituto Nacional de Hipódromos (INH) y la Cámara de Diputados, con la filosofía que promover la buena imagen de esas instituciones era la mejor forma de defender la Democracia.
Para acceder a tan altas posiciones gerenciales de la comunicación, más que su formación académica y experiencia, pesaba el poder de la palabra. Gómez López era el grato interlocutor, ducho en todos los temas, por su cultura universal y el don de decir justo lo indicado en el momento necesario. Tanto conocimiento ameno facilitaba la interacción con ministros, altos ejecutivos o con usuarios y visitantes de los organismos. También en otras latitudes. En la Granjita Siboney sorprendió a sus anfitriones al hablarles de la revolución cubana y de Chiang Kai-shek o Jiang Jieshi, uno de los líderes de la revolución china. En Curazao, con ocasión de la búsqueda de un DC-9 de Aeropostal siniestrado cerca de Margarita, dejó boquiabierto a un alto oficial holandés por su conocimiento sobre la vida de la reina Guillermina.
Las oficinas a su cargo siempre estuvieron abiertas para el público en general y gente de todas las tendencias ideológicas, o simplemente sin militancia política. Encarnó el modelo de gerente comunicacional discreto, útil, y jamás sectario, pues trabajó con autoridades de Acción Democrática y COPEI, mientras era amigo personal de destacados izquierdistas como Héctor Mujica, Simón Sáez Mérida y Douglas Bravo.
Su doble formación, docencia y comunicación, la comenzó casi niño en la Escuela Rural El Mácaro, en el Estado Aragua, embrión del Instituto Pedagógico “Luis Fermín”. De allí pasó al Zulia, donde estudió en el Alma Máter de los zulianos: la Universidad del Zulia (LUZ) y trabajó como reportero de Panorama y el Diario de Occidente. En Bachaquero conoció a la trujillana Gladys Zambrano, originalmente su alumna y con quien se casaría años después, para permanecer juntos hasta la muerte. En los setenta, completaría su formación con un postgrado en Boston, Massachusetts.
De maestro de primaria en una escuela de los campos petroleros pasó a trabajar en relaciones públicas, primero en la antigua Royal Dutch Shell, como solía pronunciar en perfecto inglés, después en las otras filiales petroleras y finalmente en el holding PDVSA. Aunque era un redactor de impecable prosa, dejó de firmar trabajos con su nombre, tampoco quiso escribir libros, pero siguió escribiendo imparablemente, en tono corporativo y con visión de equipo. Bajo su redacción se publicaron muchos manuales de normas y procedimientos, material promocional de las corporaciones estatales, como “Trabajo Completo” y “El Mensaje a García”, inspirados por esa visión de la eficiencia en la gestión pública.
Fue amigo cercano de muchos hombres de poder, pero aquello jamás disminuyó su sencillez y accesibilidad. Conocía y tenía el teléfono de los jefes y directores de cada medio de comunicación, oficina de relaciones públicas, universidad y sindicato, pero igual llegaba anodino, a hacer la cola, cada vez que le tocaba. Cultivó con pasión casi religiosa la humildad personal, presentándose como “Chuchago”, el sobrenombre que traía desde su infancia margariteña.
Un momento emblemático de su carrera sobrevino en marzo de 1991. Un avión que salió de Santa Bárbara del Zulia desapareció del radar sobre El Lago de Maracaibo. Todavía no se sabía el destino de la aeronave (circulaban versiones de un secuestro en Colombia), pero ya “Chuchago” Gómez López había volado al Zulia, para dar la cara por Aeropostal ante los familiares desesperados. Los siguientes días los pasó en La Puerta de Trujillo, coordinando con la aerolínea el socorro a los familiares, manejando la confusa información sobre el episodio y mostrando que en casos como ese, la labor del relacionista público es mucho más delicada y trascendente. La inaccesibilidad del remoto paramo donde cayó el avión, el clima helado, la destrucción o desaparición de los cuerpos, más las confusas versiones sobre el accidente, todo se conjugó para convertir ese rescate en una tragedia infinita. Hasta que no retiraron el último resto humano del Páramo Los Torres, Aeropostal y el Estado Venezolano estuvieron representado por Chuchago Gómez López, quien se abrazaba a los deudos, abrumado de la consternación.
El relacionista público de la Democracia fue el hombre de las mil anécdotas, contadas y vividas. Entre sus muchos discípulos destaca el Politólogo, Abogado, Docente y Analista zuliano Ramón Escalante, el mismo que adolescente empezó a trabajar con Chuchago, quien lo obligó a terminar una carrera universitaria y le enseñó a escribir sin muletillas. A Ramón Escalante, con quien coincidí en algún momento en el portal Analítica, le debo literalmente la redacción de este artículo. Generosamente, me cedió las palabras que plasmo en mi entrega de esta semana, que es más suya que mía. En palabras de Jesús Gómez López, me permitió “fusilarle” una remembranza evocada por él con admiración por su maestro. Gracias, Ramón.
Gómez López, ya en la edad del retiro, con más de ochenta años, se mantenía activo entre los jubilados petroleros, redactando los editoriales para los programas radiales de ese gremio. Cofundador del Colegio Nacional de Periodistas, en ese gremio encontró a sus hermanos de vida como Arístides Bastidas, Guillermo Salazar Meneses, Ignacio de la Cruz y Argenis Bravo. Vale acotar, que su hermano menor, José Gómez López, “Chuchú”, trabajó muchos años como periodista de El Nacional.
La temprana partida de su hijo homónimo, Jesús Gómez Zambrano, el despido de miles de trabajadores petroleros, entre ellos su hija Lourdes Gómez y el conjunto de la crisis nacional, todo le afectó sobremanera y su noble corazón se detuvo en enero de 2016, hace ya casi diez años. Pero su huella permanece intacta entre sus hijos y nietos, y entre los miles y miles de amigos que cultivó por doquier.
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