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El cadáver mostraba en los brazos, el cuello y la cabeza, mordidas de caribes voraces que lo desfiguraron. Después de más de 72 horas de haber desaparecido, y de búsquedas diligentes por parte de sus compañeros de labores, ayudados por voluntarios y autoridades locales, flotó entre la impetuosa corriente, en medio del gamelotal de una orilla… Naturalmente, era el cadáver del profesor José Nicomedes Hernández.
Allí estaba una comisión especial de la Policía Técnica Judicial del estado Lara. Con una hojilla rompieron el pantalón para extraer su documentación y corroborar su identidad, y en su muñeca izquierda el reloj se había detenido a las 1 y 7 minutos… la hora coincidía con la de la madrugada del sábado 17 de octubre de 1998 cuando desapareció.
El día anterior, viernes 16, había aplicado un examen de reparación a una sección del liceo nocturno y para el sábado 17 estaba invitado a celebrar con sus alumnos en el Bar Restaurant Punta Brava, en el sector El Falconero, donde el impetuoso río Guanarito ha representado siempre una amenaza de muerte, pues sus remolinos han cobrado muchas vidas.
El sábado comenzó a libar cervezas muy temprano, deambulando por diferentes barras hasta que llegó la noche y se fue a cumplir el compromiso adquirido con sus alumnos, entre bailes y cervezas… No pensó aquel festivo profesor que era su última parranda.
En un abrir y cerrar de ojos salió a orinar, y probablemente, en vez de ir al baño, salió a la orilla del río, y entre la oscuridad nocturnal y los tragos lo hicieron caer al río. A partir de ese momento en que no lo vieron más, comenzó la búsqueda infructuosa del desaparecido. Cuentan que una pareja que estaba en la ribera dijo: por ahí pasó uno nadando!
A finales 1974, ante la insuficiencia de docentes, y dada la excesiva población estudiantil en los liceos del país, llegaron a Guanarito varios bachilleres y peritos egresados de las escuelas técnicas a cubrir la demanda de matrícula del Liceo Arturo Celestino Álvarez que apenas iba a cumplir tres años de fundado. Entre ellos dos, que se conocieron en la Zona Educativa, mientras recibían los credenciales respectivos, y el mismo día abordaron el mismo autobús y juntos llegaron a Guanarito. Allí se compenetraron y se ganaron el afecto de la comunidad: Carlos Huérfano Sanabria, perito agropecuario, para las materias de áreas de exploración, y José Nicomedes Hernández para la cátedra de castellano y Literatura.
José Nicomedes nació a principio de los años 40 en Barquisimeto. Era específicamente de Barrio Unión, sector donde se levantaron patotas juveniles en los años 60, y él, orgulloso de su gentilicio, y de ser patotero se consideraba uno de aquellos jóvenes hábiles por los puños. Amaba su ciudad con el alma, y era muy raro el fin de semana que no viajaba a reunirse con su esposa e hijos. De allá traía sus arepas de mai pelao y fritangas de chivo para la semana, además de un botellón de agua potable porque no toleraba beber la de Guanarito. Fanático de Los Cardenales de Lara, adeco Betancourista y lector asiduo de los diarios nacionales.
Entre algunas anécdotas, cuenta su ex alumno y más tarde compañero de labores José Seijas Álvarez, que siempre alimentó en su alma un amor platónico por su alumna: Maritza Torrealba, pero nunca le manifestó nada. Cuando se enteraba que ella llegaba de Mérida, donde cursaba estudios universitarios, él planificaba alguna compra en Comercial Monchy, de la familia Torrealba, nada más para ver a su novia platónica.
Un tipo de pocas sonrisas y rostro huraño, trigueño con rasgos de indio, melenudo y enormes bigotes, muy tolerante, tanto que él sabía que sus alumnos lo llamaban “Burro con sueño”, pero se hacía el desentendido. Un bohemio entregado a la farra en bares del pueblo. Era muy común ver su bólido Fairlein 500 dos puertas, color vino tinto, full equipo en frente de alguna cantina de su preferencia, y se jactaba del sonido nítido de su carro donde, casi siempre andaba rodando un casete de boleros en la voz de Roberto Ledesma: “Se me olvidó tu nombre”, “La pared”, “Dónde estás corazón”, “Parece que fue ayer”, “Con mi corazón te espero”… y su favorita:
Camino del puente me iré
a tirar tu cariño al río,
mirar como cae el vacío
y se lo lleva la corriente.

Este bolero coincidió mucho con su triste despedida.
Tres días después de su desaparición, al ser rescatado, su cadáver se lo llevó la Policía Judicial de Lara junto con su esposa y una hermana del fallecido. Y muchos de sus colegas y discípulos recuerdan la ironía del final de José Nicomedes Hernández: Nunca quiso beber el agua de Guanarito… pero falleció ahogado en el torrente de su río…

Yorman Tovar (Cronista Popular de Guanarito)