Los que me conocen y han leído mis artículos, podrán dar fe de que no soy muy dado a utilizar palabras extranjeras, pues prefiero las de mi lengua materna; también podrán afirmar que he sido reiterativo en sostener que mientras existan en el español los vocablos con los que pueda expresar una pasión o una acción, no veo necesario apelar a términos y expresiones provenientes de otros idiomas. Hay quienes los utilizan con la intención de
hacer ver que conocen palabras de otras lenguas, especialmente del inglés, o simplemente porque creen que de esa manera podrán ser considerados como muy cultos.
Una gran cantidad de idiomas, especialmente el español, son producto de un mestizaje, es decir, de un cúmulo vocablos de otras lenguas que han entrado como préstamos lingüísticos, y que a la larga se vuelven propios. Esos préstamos han llegado del inglés, francés, árabe, griego, italiano, latín y otros con los ha habido gran familiaridad. Se dice que la influencia más significativa ha sido la del latín, estimada en 75% de palabras con ese origen; en tanto que 8% pertenece al árabe, que según los estudiosos en la materia, como el filólogo Rafael Lapesa, que cuantificó cuatro mil arabismos en el español.
Es inevitable, por razones de necesidad expresiva, que se adopten palabras de otros idiomas, lo cual no es cuestionable; pero lo absurdo y aun ridículo es que por mero prurito exhibicionista, se usen palabras extrajeras en sustitución de las legítimas, como ocurre en la actualidad, sobre todo en el ámbito publicitario y en las redes sociales, en donde todo o casi todo es en inglés, aun habiendo palabras españolas que satisfacen las necesidades de comunicación. Yo uso palabras extranjeras solo cuando no hay una española equivalente.
Reitero que los extranjerismos a veces son necesarios, sobre todo cuando surgen tecnologías y servicios que llegan de otros países en los que se habla un idioma diferente del español, pues a la larga se lexicalizan; pero hay otros que no, como los términos del lenguaje deportivo, especialmente el beisbol, que casi ninguno tiene traducción al español, aunque su nombre, para los que hablan español, pasó de ser baseball a béisbol (o beisbol). Igual ocurre con el balompié, que del inglés football, ha cambiado a la forma españolizada fútbol. Se debe tomar en cuenta el nombre en español de ambas disciplinas deportivas, que tienen dos entonaciones válidas: béisbol/beisbol; fútbol/futbol.
En cuanto al denominado “deporte rey”, la entonación llana (fútbol) es de uso mayoritario en España y en muchos países de América de habla hispana; en tanto que en México y en Centroamérica prefieren la entonación aguda (futbol), que no lleva tilde porque, además de que no termina en vocal, su letra final es una consonante diferente de la «n» y de la «s» (ortografía básica de quinto grado de educación primaria).
Algo parecido ocurre con béisbol y beisbol, pues muchos sabidillos del idioma español aseguran que debe ser béisbol y no beisbol; pero no dan una explicación que le dé validez a su argumento. La arrogancia y la prepotencia con la que pretenden dictar cátedra lingüística no les ha permitido darse cuenta de que tanto para el fútbol o el beisbol, ambas formas son válidas, y podrán ser utilizadas en razón de gusto. Yo prefiero la forma llana (o grave, como también se le llama) para el fútbol y la aguda para el beisbol.
Ocurre algo curioso con el volibol, que aunque también puede escribirse voleibol, algunas personas, sin saber de lo que hablan, aseguran que la forma apropiada es voleibol; pero desconocen que también puede escribirse balonvolea o vóley, que es un acortamiento de la forma inglesa volleyball. La más difundida es voleibol, pues es la que tienen los procesadores de palabras de los ordenadores (computadoras) y teléfonos móviles, y cuando alguien escribe volibol, inmediatamente es cambiada a voleibol.
En ese caso se aplica el mismo criterio de fútbol (futbol) y béisbol (beisbol). Lo importante es tener en cuenta que existen tres formas distintas que son válidas, por lo cual nadie podrá sentir temor al utilizarlas: voleibol, volibol o vóley. Yo, por las razones que expuse en los párrafos introductorios de este artículo, prefiero volibol, que es la forma que más se adapta al español. No critico a quien no la use ni tampoco quiero imponer esa forma; pero nadie podrá ser cuestionado por utilizar volibol, pues como ha quedado suficientemente claro, es cuestión de gusto, y nada más.