El presidente Donald Trump decidió el sábado la imposición de aranceles a la importación de productos desde México (25%),Canadá (25%, salvo el petróleo y el gas, que sufrirán un 10%) y China (10%, que se carga sobre aranceles preexistentes), basándose en la Ley de Poderes Económicos de Emergencia Internacional.
La oficina presidencial explicó que, en realidad, “el anuncio arancelario es necesario para responsabilizar a China, México y Canadá de sus promesas de detener el flujo de drogas venenosas hacia Estados Unidos”, justificando la medida en razones no económicas. Ya antes Trump había advertido sobre la imposición de aranceles presionando por requerimientos no económicos (como en el caso de los inmigrantes colombianos).
La gran sospecha, sin embargo, es que estamos ante el inicio de una política que discriminará países mejor tratados (y que no sufrirán la imposición de tributos en frontera) y otros afectados (como los mencionados); una política discriminativa y diferenciadora, discrecional y enfocada en imponer condiciones en las relaciones bilaterales. Además, un política contraría a acuerdos que EE.UU. tiene vigentes (como el pacto de libre comercio T-MEC).
Los afectados están entre los cuatro principales proveedores de EE.UU. (el otro gran proveedor es la Unión Europea). Pero Trump ha iniciado su mandato con gestos y manifestaciones poco amigables contra muchas contrapartes, sea por consideraciones generales o ejerciendo presión para hacer valer sus intereses.
Estados Unidos es el país mayor importador de bienes del mundo (importa por US$ 3,25 billones anuales). Se trata del 12% del total de importaciones mundiales. Es, además, el mayor importador de servicios en el mundo (unos US$ 800.000 millones, pero éstos no están afectados por aranceles).
La imposición de aranceles con alícuotas significativas supone una distorsión al funcionamiento de cualquier economía (y más para una altamente internacionalizada como la de EE.UU). Encarece sus importaciones (la mayoría, compuesta por bienes que se utilizan en procesos productivos, lo que eleva costos y afecta la tasa de inflación) e impacta en el funcionamiento de las cadenas internacionales de valor (que integran el 70% del comercio mundial), de las que las empresas estadounidenses son activas participantes (60 de las mayores 100 empresas del mundo son de EE.UU.).
Además, EE.UU. es el mayor receptor de inversión extranjera directa (un stock de US$10 billones, tres veces mayor que el segundo en el mundo, que es China) y las empresas internacionales necesitan fluidez suprafronteriza.
Adicionalmente, esto genera efectos indirectos como la presumible baja en cotizaciones de empresas y la elevación de la tasa de interés de bonos estadounidenses (lo que hace más difícil el flujo de capitales hacia los países emergentes). También, la devaluación de las monedas de las contrapartes, que atenúa el impacto de los aranceles.
Según la ONU, el mundo alcanzó el récord nominal histórico de comercio internacional total en 2024 (33 billones de dólares) y la economía integrada supranacionalmente y apoyada en una revolución tecnológica superior enfrenta serios riesgos si estamos ante el inicio de una carrera de obstáculos en frontera entre los mayores actores económicos (20 países generan dos tercios de todo el comercio). Las empresas hoy son más resilientes y adaptativas, pero la afección es inexorable.
El mundo está en proceso de cambio sustancial desde hace algunos años. Muchos países tienden a sustituir la cooperación por el “competivismo” (por el cual Trump anuncia bajas de impuestos, atenuación de regulaciones y reducción de la dimensión del sector público). Y la extraordinaria evolución económica planetaria del siglo XXI (que creció 215% en lo transcurrido de la centuria) entra en riesgo si a lo que asistimos es al inicio de prácticas generalizadas.