En tiempos donde el celular se ha convertido en el compañero inseparable de adultos y niños, cabe preguntarnos: ¿quién cuida los ojos de la infancia? La respuesta, aunque incómoda, apunta directamente hacia nosotros, los adultos. Vivimos inmersos en pantallas que iluminan más de lo que deberían, no solo nuestros rostros, sino también nuestras rutinas, afectos y prioridades.
Los niños y niñas de hoy crecen rodeados de tecnología, pero no siempre de límites. La exposición prolongada a dispositivos móviles no solo afecta su visión, generando miopía temprana, fatiga ocular o inflamaciones recurrentes, sino también su desarrollo cognitivo, emocional y físico. Lo más alarmante no es la pantalla, sino la pasividad de muchos padres que, por desconocimiento o comodidad, entregan un celular como si fuera un chupón digital.
La medicina moderna advierte, y la sabiduría ancestral confirma: los ojos necesitan luz natural, juego libre, tierra, cielo, pausa. No fueron hechos para consumir imágenes a treinta centímetros durante horas. Nuestras abuelas lo sabían sin diplomas; cuidaban la vista con infusiones de manzanilla, rodajas de papa y largos paseos al aire libre. Ellas entendían que el cuerpo, y especialmente los ojos, se nutren de equilibrio y presencia.
Hoy, el reto no es prohibir la tecnología, sino aprender a acompañarla con criterio y afecto. Regular el tiempo de pantalla, fomentar el juego físico, establecer pausas activas y ofrecer alternativas creativas son actos de amor concreto. Más aún, convertir esos momentos en rituales de cuidado compartido puede transformar nuestra relación con lo digital.
Los padres no están llamados a ser policías de la pantalla, sino guardianes del desarrollo. Cuidar los ojos de nuestros hijos es cuidar su forma de mirar el mundo. Y ese mundo necesita menos luz azul y más miradas lúcidas, menos distracción y más conexión real.
CUIDA LOS OJOS DE TUS HIJO. LIMITA EL CELULAR A UN TIEMPO CORTO.
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