Por José Luis Centeno S.
El término “gocho” con una definición positiva y oficial.
Resulta simpático que, tras siglos en que “gocho” fue sinónimo de cerdo, y, por ende, hasta un calificativo pesado, hoy la Real Academia Española (RAE) y el Diccionario de la Lengua Española (DLE) lo presentan como símbolo de trabajo, honestidad, educación y perseverancia. Un giro honroso celebrado en cada rincón andino.
Imagínese usted, querido lector: después de siglos, literalmente, desde el 1734, cuando la RAE andaba armando su primer diccionario, “gocho” era sinónimo de cerdo, ahora, gracias a la tenacidad de los buenos amigos Walter Márquez y Mariana Duque, la palabra “gocho” se escribe con todas sus letras en el DLE y no como apodo malintencionado, sino como un gentilicio digno y orgulloso, propio de los tachirenses y andinos venezolanos.
Que no se diga más que la lengua es estática o ajena a la vida real, porque esta victoria es el resultado de diez años de cartas, informes, debates, café y mucho, pero mucho, amor por la identidad. ¡Diez años! Prueba fehaciente de que la lucha por la dignidad y la identidad regional puede ser incluso simpática, alegre y, por qué no, contagiosa.
Los buenos amigos Walter y Mariana, cada uno desde su trinchera, él, historiador de quilates, y ella, periodista incansable y profesora universitaria, lograron lo que parecía imposible: convencer a la reverendísima RAE de que “gocho” no es solo parte de su ADN y folklore, sino que merece estar en letras de molde como “educación, trabajo, honestidad, perseverancia y orgullo nacional”. Y sí, así mismo: solo con adjetivos positivos.
Como bien cuenta Walter: ya no se nos puede llamar “gocho” de manera despectiva, que si bruto, que si ignorante. ¡Nada de eso! Porque la RAE, esa que todo lo regula y lo ordena con la pluma más severa de la lengua, ha reconocido la realidad: “gocho” es más bien símbolo de tesón, trabajo duro, de ese calorcito que dan las montañas andinas y la educación que lleva la palabra como escarapela.
Para muchos, esta reivindicación tiene sabor a arepa andina, a pisca y olor a pajonales de Peribeca, a queso ahumado o a chicha con espuma, porque la identidad va también mezclada con el gusto y la hospitalidad. Ahora, cuando alguien, allá en España o en cualquier rincón del mapamundi, busque en el DLE el término “gocho”, la definición será esta: “natural de la zona andina venezolana. Perteneciente o relativo a esta región o a sus habitantes”. ¡Nada de marranadas, ni groserías! Ahora “gocho” rima más con honor que con jamón.
No fue tarea sencilla. Hubo que hacer alianzas con el rector de la Universidad Nacional Experimental del Táchira (UNET), Raúl Casanova, sumar a la Asociación de Alcaldes del Táchira, que presidía para entonces Jorge Galeano, y contar con el aval del Colegio Nacional de Periodistas (CNP). Todos, como una colosal delegación andina, empujando la carrera del reconocimiento.
Y mientras tanto, ¿cómo no recordar que la historia del país muchas veces se contó con acento gocho? Que si Cipriano Castro comandando la Revolución Liberal Restauradora, Carlos Andrés Pérez abanderado con la consigna el “gocho pa’l 88”, Eleazar López Contreras, Leonardo Ruiz Pineda, Ramón J. Velásquez, Mery Cortez…
Hoy, los gochos y gochas tienen un modelo para el “cómo hacer las cosas”: perseverancia y paciencia. Porque reivindicar un gentilicio es darle derechos, pero también obligaciones: la de dejar el terruño en buen lugar y en todo momento.
Si antes la gente se enredaba con el significado de “gocho”, ahora los libros y las autoridades de la lengua dirán la historia real, la que se teje en las calles de San Cristóbal, ante el Santo Cristo de la Grita, los páramos y los pueblos donde el frío une al calor de la hospitalidad y buenas costumbres.
Ser “gocho”, en la perspectiva de esta definición positiva y oficial, es ser trabajador, educado, de palabra y de paciencia muda. Es tomarse el cafecito a media tarde, conversar con los vecinos y ayudar a levantar la fiesta del pueblo. Ser “gocho” es celebrar cuando el Táchira sube al podio, ya sea por el ciclismo, por la feria, por el futbol o porque una pareja de profesionales empedernidos logró viralizar la palabra en la mismísima RAE.
Imagino a los abuelos contando ahora, con pompa y alegría, que antes ser gocho era casi un insulto y hoy es sinónimo de mérito y amor propio. En honor a Walter Márquez y Mariana Duque, vale la pena detenerse y disfrutar la noticia. Mejor aún, celebrarlo con ellos en Villa Country de San Cristóbal. Han demostrado que a veces la historia y la lengua se reescriben con verbo paciente y que el esfuerzo de una región puede valer más que diccionarios viejos.
La reivindicación del gentilicio andino no solo enriquece el idioma, sino que también invita a valorar lo que hay detrás del habla cotidiana: la afirmación de la identidad, la superación del estigma y, sobre todo, la alegría compartida por quienes ven reconocidos sus nombres y raíces ancestrales.
¿Se animan a buscar “gocho” en el DEL? Háganlo, es encontrarse con una definición exacta y respetuosa: pertenece al andino venezolano. A Walter Márquez y Mariana Duque, un aplauso largo, de pie, “de esos que retumban en las montañas andinas”, porque gracias a ustedes, el país tiene un motivo extra para sonreír y los andinos una razón para decir con pecho inflado y sonrisa pícara: ¡Gocho, y con orgullo!