Esta semana dos incidentes de particular gravedad en menos de 24 horas uno de otro expusieron los desequilibrios que marcan la actual etapa global. En una dimensión, las debilidades de la administración norteamericana para mantener un cierto control o al menos cuotas de orden en ese entorno. No es una buena noticia, peor si esa fragilidad se mantiene. En otra, la percepción objetiva en Europa y más allá sobre las ambiciones reales de la Rusia imperial que exhibió de modo brutal con la atrevida incursión sobre Polonia.
Ese contexto descompuesto incluye el sorprendente bombardeo de Israel a Qatar, un aliado íntimo y necesario de EE.UU. y en especial de Donald Trump. Fue una muestra de que no hay lugar para límites o cuidados de parte de un socio privilegiado por Washington como el premier Benjamín Netanyahu.
Ese ataque no fue interconsultado con la potencia y apenas hubo un aviso indirecto al líder republicano sobre la hora y no por Israel sino por el general Dan Caine, a cargo del Estado Mayor Conjunto. La Casa Blanca buscó inmediatamente alertar a Qatar, pero careció de tiempo y el reino amigo se enteró cuando caían las bombas en su distrito diplomático, donde el grupo Hamas discutía el plan de paz que busca imponerle EE.UU.
Menos de un día después, en la noche del martes al miércoles, Vladimir Putin, otro dirigente premiado con la cercanía confidente del líder de la Casa Blanca, puso a prueba a Europa y a la OTAN con el envío sin precedentes de 19 enormes drones sobre la vecina Polonia, un integrante clave de la Alianza Atlántica.
El episodio desnudo la antigua sospecha de que no es Ucrania el blanco final que interesa a Moscú, sino recrear la influencia que detentaba con la Unión Soviética, cuyas iniciales el canciller ruso exhibió con soberbia al llegar a Alaska para la notable y fallida cita con Trump.Donald Trump con Benjamín Netanyahu. Sonrisas en la Casa Blanca. Reuter
Esa visión es la que comprendió de inmediato el gobierno del premier polaco Donald Tusk al alertar a Occidente sobre el significado de la amenaza. Si la URSS está de regreso, este extraordinario episodio ha sido una manera elocuente y feroz de demostrarlo. Construyó una escena que hasta poco hace parecía improbable, con aviones de la OTAN que entraron en emergencia inmediata y derribaron los drones del ejército moscovita en el momento que atacaban a una importante potencia regional. La tercera guerra mundial podría nacer con esos destellos.
Desafío central para Europa
Para Europa es un desafío único que potencia la urgencia para armarse, ya sin el auxilio de EE.UU, que ha suprimido la Doctrina Atlántica, pero, al mismo tiempo, con la resistencia de sus ciudadanos que rechazan los ajustes en un continente enfermo de déficits. La caída reciente del gobierno de Francia y la emergencia de formaciones ultraderechistas antisistema como acaba de sumarse Noruega, testimonian esas dificultades sobre las que alertó ya hace un año, Mario Draghi en su extraordinario y aciago informe sobre la competitividad europea.
Existe una cierta coherencia en el sistema de decisión que produjo los dos episodios que señalamos y afecta en particular a la Casa Blanca, que no ha sido tenida en cuenta por sus controvertidos aliados. Desde cualquier mirada aparece una crisis de liderazgo y de iniciativa, que no se resuelve con el cambio de nombre de Pentágono a Ministerio de Guerra o moviendo una flota en el Caribe frente a la dictadura venezolana, tampoco con el maltrato adolescente a Brasil.
Falta una combinación altamente elaborada de poder blando y poder duro como recomendaba el politólogo de Harvard, Joseph Nye, quien explicaba que “el poder consiste en obtener los resultados deseados” y eso no se logra “como un niño con un martillo suponiendo que cada problema es un clavo al que hay que golpear”.
El líder norteamericano, claramente desconcertado, reaccionó con un cuidado reproche hacia el Kremlin, preguntándose “por qué Putin violaba el espacio aéreo de Polonia”. Antes, balbuceó otro enojo al enterarse del ataque a Qatar que calificó de desafortunado y se vio obligado a aclarar en su red: “No lo decidí yo, lo decidió Netanyahu”. El mensaje marcaba el disgusto como si se tratase de pares o no hubiera, como en el pasado, herramientas consistentes para establecer límites a un escenario con tonos de desmadre.
En esas mismas horas, por ejemplo, Israel a través de su canciller y su premier, había afirmado que aceptaba el plan de cese del fuego planteado por la Casa Blanca en las negociaciones que se realizaban en el edificio atacado de Doha. Pero en lugar de avanzar a tono con esa proclama atacó con bombas al otro sector con el cual se supone que debería negociar.Una casa destruida en Polonia por los enormes drones rusos. AP
Lo hizo con el pretexto del atentado terrorista en Jerusalén el lunes que mató a seis personas, un episodio grave que se atribuyó el brazo armado de Hamas. Pero esta lógica de réplica difícilmente justifique fulminar la confianza de los países árabes con Washington y debilitar el andamiaje diplomático disponible para un acuerdo que no solo libere a los rehenes, sino que construya una salida sensata a la crisis.
Esa última noción es la que entra en contradicción permanente por la presión de los ministros integristas del gabinete israelí que buscan que esta coyuntura se salde excluyentemente con la anexión de los territorios palestinos.
Este doble baño de agua fría para la Casa Blanca y ahora sus distantes aliados europeos, aparece aún más complicado ante la evidencia, nítida en el caso de Rusia, de que la ofensiva sobre Polonia pretendió testear la respuesta occidental. Eso incluye de modo eminente a EE.UU. Como señalan los diplomáticos europeos, el episodio “exhibió de modo escandaloso el apetito de Moscú no solo por su vecindario, reveló con claridad la real razón de la guerra en Ucrania”.
Es imposible desligar ese comportamiento de la cumbre en Alaska en la cual el autócrata ruso logró que se rompa su aislamiento, nada menos que con EE.UU. Envalentonado por la impunidad resultante, después de esa cita “aniquiló una fábrica estadounidense en el Oeste de Ucrania. Atacó dos complejos diplomáticos europeos y un edificio clave del gobierno ucraniano en Kiev. Y ahora, Polonia”, detalla el sólido colega Andrew Kramer desde la capital ucraniana.
Desafiar a la OTAN
Por eso es homogénea la visión en Ucrania y sus aliados respecto a que Rusia atacó deliberadamente a Polonia para poner una primera duda sobre el artículo 5 de la OTAN de mutua defensa, que el propio Trump ha cuestionado. El canciller polaco, Radosław Sikorski, remarcó ese peligro al aclarar que no se trató de un desvío accidental de drones como sugirieron los socios de Moscú: “La evaluación de las fuerzas aéreas polacas y de la OTAN es que fueron lanzados deliberadamente”. Pero no solo volaron dentro del territorio de Polonia, también causaron graves daños en viviendas civiles.
El testeo, al menos por ahora, mostró a Moscú un muro. El ex embajador de EE.UU. en Polonia, Daniel Fried, observó que el hecho de que “los aviones despegaran, no tuvieran que pedir permiso y actuaran en tiempo real es una señal para Rusia de que Occidente podría no ser tan ineficaz” como cree Putin”. Pero añadió que “se debe tomar lo sucedió en serio. Rusia lleva tiempo involucrada en sabotajes y asesinatos en Occidente y contra Occidente. Debemos asumir que volverá a hacerlo” .
Moscú por cierto, negó toda responsabilidad, una narrativa acostumbrada, pero tuvo un mensaje por lo menos ambiguo. No desmintió claramente que haya enviado drones a Polonia. Solo dijo que no tenía planes para atacar objetivos en ese país. Las palabras importan.
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