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Diciembre en Venezuela tiene dos custodios musicales que no necesitan presentación: Billo’s Caracas Boys y Los Melódicos. Son más que orquestas; son un rito colectivo, un puente emocional entre generaciones, un territorio donde la nostalgia se vuelve celebración y la memoria se hace baile.

En un país donde la incertidumbre suele ocupar titulares, diciembre nos devuelve una certeza luminosa: cuando suenan Billo’s y Melódicos, el país se reconoce a sí mismo. No importa la ciudad, la edad o la historia personal; basta un acorde para que el cuerpo recuerde lo que el alma nunca olvidó.[

Billo’s es la elegancia que no caduca, la Caracas que aún vibra en cada trompeta, la cadencia que nos enseñó a bailar con dignidad y alegría. Los Melódicos, por su parte, representan la fiesta sin complejos, la orquesta que convirtió cada escenario en un país posible, donde la música era un acto de unidad y no de competencia.

Ambas orquestas lograron algo que pocos artistas alcanzan: convertirse en tradición. No en moda, no en tendencia, sino en tradición viva, de esas que se heredan como un apellido emocional. Diciembre sin ellos sería un mes amputado, un calendario sin alma.

Hoy, cuando la diáspora dispersa familias y los abrazos se dan por videollamada, Billo’s y Melódicos cumplen una misión aún más profunda: reconectarnos. Sus canciones son pasaportes afectivos que cruzan fronteras sin pedir permiso. Son la prueba de que la identidad venezolana no se pierde: se canta.

Por eso, este editorial no es solo un homenaje. Es un recordatorio:  

Mientras existan Billo’s y Los Melódicos, diciembre seguirá siendo nuestro.  

Porque ellos no solo animan fiestas; sostienen la memoria emocional de un país que, pese a todo, insiste en celebrar.

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