Por José Luis Centeno
“¡Migrar no es irse! Es partirse en dos y seguir siendo uno.”
Esa frase, tomada de un post que reposteo mi prima Carolina Alcibíades, me atraviesa el alma como eco de tantos corazones latiendo en dos tierras a la vez, porque quien migra no se va, se rompe en dos pedazos que siguen latiendo como uno solo, uno aquí, otro allá, unidos por hilos invisibles de amor y sacrificio.
En esta semana del Día Internacional del Migrante, mientras el mundo acelera sus pasos y las fiestas decembrinas se acercan con su promesa de familia reunida, no puedo evitar pensar en esas almas que se parten para sobrevivir, para soñar, para proteger a los suyos.
La migración es tan antigua como la humanidad misma, un río de pueblos que fluye por necesidad, por esperanza, por la búsqueda de un pan digno para la mesa. En nuestra región suramericana, la migración ha sido constante, como las venas de un mapa vivo que une fronteras por lazos de sangre y tierra compartida, conduciéndonos a sentirnos familia.
Hoy, ese flujo se ha acelerado por vientos duros: economías que fallan, sueños truncados, familias que claman por un entorno seguro. ¿Quién no ha visto en su propia calle, a esa madre con ojos cansados que viaja sola, dejando atrás a sus pequeños con quien puede, prometiendo volver pronto?
Y, como es de suponer, ese “pronto”, cargado de esperanza y dolor, se estira en meses, navidades y años nuevos sin abrazos para la mujer o el hombre que trabaja lejos, enviando remesas que son más que dinero, son latidos para los que se quedaron, una extensión del afecto contenido en la distancia para el hijo, los padres o el amor de su vida.
Navidad está a la vuelta, el Año Nuevo también, con sus luces, aguinaldos y gaitas que hablan de regreso, de belenes con familias enteras. ¿Y si este año, en lugar de indiferencia, abrimos el corazón a esa mitad partida que toca nuestra puerta? Será el puente que evitaría que el país sea un desgarro enorme.
Que ese “vuelvo pronto”, promesa desgarradora que miles repiten al partir, un juramento de amor que se convierte en eco de ausencias, en el vacío de las mesas sin seres queridos, nos convoque a todos, en esta Navidad y Año Nuevo, a llenar ese vacío con empatía, protegiendo el lazo familiar que no conoce fronteras, para que el amor regrese entero a casa.
