Por: Toribio Azuaje
“El hombre superior se vale de la cultura para hacer amigos y con la amistad fomenta su propia virtud”
Zengzi
Miré de nuevo el rostro de mi amigo, una y otra vez miraba la fotografía de un amigo que luce viejo ya, -me la acababa de enviar otro común amigo- digo viejo por ser amigo desde hace un buen trecho de esta desordenada vida, y viejo también por la edad que no perdona. Hermano, en aquel tiempo éramos los jóvenes profesores que regalábamos entusiasmo y fuerza de vida por todos los costados. Ahora los viejos somos nosotros. Algunos modernistas “chimbos”, quieren obligarnos a llamarnos adultos mayores, negándonos hasta la posibilidad de tararear siquiera, la canción de Piero que nos acompaña en cada día del padre o cumpleaños, “viejo mi querido viejo”.
Los años transcurridos se anidaron en nuestro cuerpo, haciéndolo cada vez más pesado y corroído. La ley de gravedad hace de nuestros músculos una tela escurrida que amenaza con dejarnos antes de tiempo. Pese a todo, este puñado de huesos aún se mantiene de pie.
Pero hay algo que jamás envejece, la amistad y el recuerdo de los tiempos vividos. Los recuerdos, son pedazos de la vida vivida que vamos dejando en el camino en este inexorable transitar por el mundo que nos tocó vivir. Regalo de Dios esta vida que se va transformando en recuerdos. Como si fuera ayer, los recuerdos llegan en tropel, como queriendo advertir con su llegada, que bien valió aquél tiempo transcurrido que pintó de blanco la escasa cabellera que aún nos queda.
Casi treinta años compartimos en aquella escuela técnica, que se convirtió en nuestro hogar por unas tres décadas que se llevaron nuestras fuerzas e intelecto. Hay que ver lo que ocurre en treinta años. Lecturas infinitas, libros magullados y roídos por el uso y por el tiempo, revistas científicas, -pana, los libros hacen feliz a la gente-, apuntes, planificaciones trimestrales, exámenes cortos, exámenes trimestrales, consejos de profesores, exámenes finales y los odiados exámenes de reparación. Aquella digna y permanente lucha gremial de entonces fue nuestra eterna compañera; que extraño hermano, anularon también los sindicatos, ya no hay quien organice y nos defienda. Nos quieren como rebaños, domesticados y en fila india. ¡Ah! Inolvidables son las tardes y amaneceres de abundante poesía idílica y etílica.
Estudiantes de todos los rincones del país, llegaban a la “ETA Crisanto Lacruz”, la mejor institución en aquellos tiempos. Te cuento hermano, que recién estuve en Guayabital, y al caminar por sus pasillos, las lágrimas brotaron sin querer, un tanto por los recuerdos que se alborotaron por salir de esta mente que se niega a cansarse, y otro, al ver tanta indolencia y abandono en que se encuentra nuestra casa. Irreparable pérdida y gran pecado, que llevan en sus lomos quienes se “irresponsabilizaron” de estos centros educativos de excelencia. ¡No vengas por acá hermano, no vengas!.
Esa escuela fue un refugio de vida compartida, alumnos retozones, bulliciosos, inteligentes y aplicados; representantes que se convirtieron en amigos por siempre, obreros amigos, maestros amigos, profesores amigos, secretarias amigas, todos como un solo cuerpo institucional. Y el café, ¿recuerdas la hacienda de café? formadora de hombres de bien que se regaron por la patria entera. De esto, solo son chilangos y arrabales lo que queda.
En esos jóvenes momentos, nos deleitamos en aquellas lecturas que luego discutíamos, aquellos planes inconclusos aún aguardan por nosotros, como sino supieran que es imposible devolver el tiempo. Sin duda, ¡ahora los viejos somos nosotros!.
Todo fue ganancia en esos tiempos, amistades, compañeros, familia. Todo fue bueno en esos tiempos, nuestros mejores tiempos, sueños añiles de recién graduados. Grupos de discusión, consejos de profesores, familia, hijos, escuela radiante que se perdió en el tiempo y que se extraña hoy. En resumen, este maltratado pedazo de la tierra que nos tocó vivir no ha sido un mal lugar para matar el tiempo.
Así, se fue la vida, lentamente, entre planificaciones que siempre nos saltamos y compromiso permanente asumido. Si algo había en esos tiempos, era coraje, compromiso, y lucha irreverente. Jamás fuimos rebaño, ni lo seremos nunca, tal como luce hoy la suciedad -perdón- la sociedad.
Lo bueno, poeta, lo bueno de todo esto, es que hemos sobrevivido ante tanto desorden, envidia y maldad, y aún andamos por ahí dando funcia; un día de estos te caigo por allá, si don salario lo permite, eso también nos lo robaron.
Querido compañero, no temas, la soledad aumenta y disminuye simultáneamente. En todo caso, la sensación de que todo era posible no me ha abandonado aún.
Gracias, Antonio María Zamora, por tu amistad, y a Edilio por enviarme esa nueva foto de nuestro viejo amigo. Tranquilo, aún nos queda algo de gasolina en el tanque.
Salud poeta. Amor y paz, nuestro grito de lucha.