Por: Toribio Azuaje
“En política sólo triunfa quien pone la vela donde sopla el aire; jamás quien pretende que sople el aire donde pone la vela”. (Antonio Machado)
En estos tiempos en que el año fenece, recurrimos al balance del año transcurrido. A lo largo de la historia de la lucha, hemos cometido demasiados errores; tantos, que nos tiene en el mismo punto luego de muchísimo más de cien años de actividad de nuestros antepasados. Seguimos anclados en la pelea por el precio del café y nos empeñamos en no salir de allí.
Hasta ahora hemos intentado construir propuestas para avanzar hacia una salida a la crisis que enfrenta la caficultura venezolana; sin duda, no son soluciones definitivas al asunto. La solución la construiremos entre todos en el debate diario y permanente; siempre y cuando nos deslastremos de las viejas prácticas y de los nuevos vicios de la politiquería.
Envejecer no siempre significa madurar:
Hemos cometidos demasiados errores, notamos un bajo nivel político en los dirigentes, demasiados egos encontrados que ponen en riesgo la posibilidad de la organización, muchas apetencias personales de dirección, sectarismo político, y una exagerada ingenuidad que nos lleva a confundir la lucha política partidista con la lucha gremial. Permitimos que nos inunde el brulote electorero nacional.
Lo nuestro es una crisis estructural y profunda que abarca la producción propiamente dicha, el procesamiento, el comercio y la distribución. Es todo un entramado difícil de resolver mientras sigamos transitando en la improvisación, el inmediatismo y la politiquería que se adueña del país entero.
La falsa conciencia:
La sociología nos refiere la falsa conciencia, como las concepciones e ideas de los individuos que no corresponden –o directamente entran en contradicción– con sus condiciones materiales de existencia.
En otras palabras, es estar desubicados en la lucha y jugando la partida en el tablero equivocado. Es creer defender sus propios intereses, cuando en realidad se defiende a los sectores dominantes. En ese enredo nos cocinamos cuando andamos intentando defender posturas de grupos políticos o clases sociales que no nos representan, olvidándonos del sector o clase social a la que realmente pertenecemos.
Es común ver seres que desubicados defienden los intereses de quienes son sus propios verdugos y explotadores. Está postura es inducida por los propios grupos políticos de poder que tienen en la ignorancia su herramienta de control y de dominación.
Vemos a empleados públicos señalando que pedir un incremento salarial les perjudica, solo porque pertenecen a una corriente política determinada. Obreros y maestros sirviendo de esquiroles, y campesinos ubicándose del lado equivocado solo por defender alguna postura política.
La falsa conciencia nos distrae de nuestro propio compromiso ético y moral, nos hace ver de manera incorrecta la realidad social en que nos desenvolvemos. A todas estas, la falsa conciencia nos pone a librar luchas y definir posturas en las que realmente no esta representadas la clase social a la que pertenecemos, esto es algo así como “cachicamo trabajando pa’ la lapa”.
El mundo de la caficultura también se mueve así, compañeros defendiendo posturas que solo benefician a quienes representan el muro de contención que impiden su propio desarrollo y su liberación, esto es muy común verlo entre nuestros compañeros. Lo más preocupante es ver está conducta entre los dirigentes que son precisamente quienes deberían tener más claridad ideológica. La lucha gremial poco o nada tiene que ver con las posturas político partidista. Si la vanguardia está dislocada, las masas no les espera ningún futuro promisor.
La historia de la caficultura nos remite al mundo de los hacendados, los caudillos, sectores pudientes del campo que incluso formaron parte en su momento del caudillismo que domino el escenario político venezolano y sembró una conducta en el subconsciente nacional. Aquellos, fueron momentos en que los hacendados y caudillos tenían sus propias legiones de soldados en sus obreros. El mundo de la caficultura era visualizado como el mundo de los ricos del campo; grandes hacendados que lograron consolidar un poderío que los hizo ser generadores de divisas en tiempos en que la caficultura era un ejercicio económico predominante en el país. De allí se deriva el comportamiento despectivo que aún persiste entorno a la caficultura de subsistencia, representados por las familias campesinas pobres que sobreviven con pequeños cafetales de poca extensión y de precaria producción.
Esos últimos, no son considerados caficultores, ni por quienes manejan los grandes cafetales, ni por muchos de los dirigentes caficultores, ni por los gobernantes. Es decir, los grandes cacaos existieron y aún hay vestigios conductuales de esa práctica en el mundo de la caficultura, olvidando que estos pequeños productores conforman una mayoría muy importante de familias campesinas en todo el territorio. Olvidan que quintal a quintal suman una importante cantidad del grano a la economía cafetalera nacional.
La precariedad en que viven estas familias les impide crecer y desarrollarse, su tarea primaria es la subsistencia. Hacia ellos es necesario volcar la mirada y diseñar un plan de fortalecimiento y crecimiento que implique formación, capacitación y músculo económico para el desarrollo de planes de crecimiento sustentables y sostenibles para sacarlos del mundo de la precariedad. Estos sectores más desfavorecidos son quienes requieren mayor apoyo, y paradójicamente son los menos atendidos. Ellos son “los nadie” que refería Galeano.
Recordemos, “El ser social determina la conciencia social”; a veces nos ubicamos del lado incorrecto de la historia y fungimos de dirigentes campesinos mientras le abrimos la brecha a los verdugos que nos matan. Solo la organización de todos los caficultores nos dará la liberación.
Enero nos aguarda, y nos exige estar atentos ante tantos errores recurrentes.