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Por Adalberto Pérez Jiménez

Hay profesiones que transforman la materia, y otras que transforman el destino. La ingeniería, en todas sus ramas, es ambas cosas: ciencia aplicada y vocación transformadora. Los ingenieros no solo diseñan estructuras, sistemas y soluciones; también modelan el futuro, resuelven lo imposible y convierten el pensamiento en obra.

Son constructores del mundo porque levantan puentes, caminos, hospitales, redes eléctricas, hidráulicas y digitales. Pero también son creadores de ingenios: mentes que inventan, que optimizan, que sueñan con precisión. Cada plano, cada cálculo, cada prototipo es una declaración de fe en el progreso, en la utilidad, en la belleza funcional.

Y no podemos olvidar a los ingenieros agrónomos, guardianes de la tierra y sembradores del porvenir. Ellos preparan los suelos, estudian los ciclos, protegen los cultivos y garantizan que el alimento llegue a nuestras mesas. Su labor silenciosa sostiene la vida, conecta ciencia con naturaleza, y convierte el campo en fuente de esperanza y soberanía.

La ingeniería no es solo técnica: es ética, es compromiso, es visión. En cada obra hay una responsabilidad social, una apuesta por el bienestar colectivo, una huella que perdura más allá del concreto y el acero. Por eso, celebrar a los ingenieros es celebrar la inteligencia al servicio de la humanidad.

Desde el ingeniero civil que da forma a las ciudades, hasta el ingeniero de sistemas que conecta continentes con algoritmos invisibles, pasando por el agrónomo que transforma semillas en alimento y paisaje, todos comparten una misma vocación: construir con propósito, crear con rigor, servir con excelencia.

Hoy más que nunca, cuando el mundo exige soluciones sostenibles, resilientes y humanas, la ingeniería se alza como arte y ciencia del porvenir. Que nunca falte el reconocimiento a quienes, con lápiz, software, casco o azadón, siguen trazando caminos donde antes solo había incertidumbre.

FELIZ DIA DEL INGENIERO